Noticias de Oaxaca
La Ciénega, Zimatlán.-“Le soy franco, yo sé que me tengo que morir. Yo creo que ya cumplí, siento que si me muero, qué otra cosa me queda. Soy muy realista, si me tocó, me tocó, yo ya cumplí con mi familia”, expresa el hombre de 62 años que el fin de semana se convirtió en el segundo caso confirmado de COVID-19 en Oaxaca.
Vivir en una población relativamente pequeña, menor a tres mil habitantes, facilitó que la noticia de su contagio se divulgara y lo ha colocado en medio de una avalancha de rumores y mentiras.
Cansado de que se afirme que rompió su aislamiento domiciliario y con la mediación de un familiar, el paciente de 62 años acepta una entrevista telefónica que deseaba otorgar en persona, pero las medidas de prevención epidemiológica se lo impiden.
Habla con ecuanimidad y bajo el acuerdo de que no se asiente su nombre para no violar la confidencialidad a la que tiene derecho “porque yo no tengo la culpa de haberme infectado, estoy bien, pero me duele mi cuerpo, hambre no me da a pesar de que tomo muchos líquidos”.
Refiere que lo han molestado personas que aseguran haberlo visto salir de su casa para pasear a sus perros o realizar sus actividades como si no tuviera un virus que en otros países, principalmente de Asia y Europa, ha matado a alrededor de 6 mil personas en menos de tres meses.
“Yo no pedí mi enfermedad. Si le estoy haciendo mal al pueblo, yo no tengo ninguna culpa, pudo haber sido alguien de Zaachila u otros se pueden infectar, pero no tenemos la culpa”, dice como una forma de referirse a las 93 personas en México que hasta la noche de ayer tienen un diagnóstico confirmado COVID-19, incluyendo nueve casos no asociados a importación, es decir, que no viajaron al extranjero.
Tan sólo ayer la Secretaría de Salud federal confirmó 11 nuevos casos en las 24 horas previas y mantiene 206 como sospechosos.
No le aplicaron algún filtro
Después de una semana de permanecer en Nueva York, Estados Unidos, a donde viaja al menos una vez al mes, el martes 10 de marzo el paciente de 62 años tomó un vuelo de Aeromexico sin que le aplicaran algún tipo de filtro sanitario, a pesar de que el COVID-19 alcanzó un nivel de epidemia.
“Yo vengo de Estados Unidos donde las medidas no son tan fuertes como se dice. Yo no veo dónde están metiendo tantos millones para controlar el coronavirus cuando en los aeropuertos no hay nada”, menos en los de México.
El cambio de clima le hizo sentir malestares en la garganta, pero no le pareció anormal porque eso ha experimentado en viajes anteriores.
“Siempre he sentido que me duele el oído o la garganta, como si nada; llegué a mediodía y comí unos frijolitos que me preparó mi esposa”, y realizó las entregas que tenía contempladas, los malestares no eran tan fuertes como para interrumpir sus actividades cotidianas.
El miércoles se levantó temprano y salió a pasear a sus mascotas, sin saber que estaba enfermo, subió sus cosas a su camioneta y las llevó a otros municipios cercanos a entregarlas, pasó con su médico, se inyectó.
El jueves trató de no salir, pero debió ir a la ciudad de Oaxaca para comprar unos boletos de un viaje que su familia debía hacer y que ahora cree debe interrumpir y después de tomarse un refresco con mucho hielo, sintió el cuerpo caliente, como si ardiera, lo que no es novedad por ser una persona diabética e hipertensa.
Ese día volvió a su casa “casi arrastrándose”, se metió a su cama y con remedios físicos logró que su temperatura disminuyera, pero fue una sobrina quien le sugirió realizarse la prueba de COVID-19; el viernes llegaron a su casa a aplicarla y, junto con su esposa e hija, asumió un aislamiento para no contagiar a nadie.
En recuperación domicilaria
El hombre, quien desde hace once años es jubilado del Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca (IEEPO), consideró no tener más malestares, salvo el que le dejó la aplicación de una inyección el pasado miércoles.
Sin desesperación por el aislamiento al que desde el viernes pasado está obligado por dar positivo a las pruebas de COVID-19, cuando se le pregunta sobre su miedo a la muerte, en su voz se cuela el desconsuelo de abandonar a su familia: “Si algo pasa, que me muera, me voy a gusto, con lo que vivido le juro que estoy a gusto, nunca me imaginé tener ciertos monstruos a los que tuve que darme con mi trabajo, estoy contento con la vida y si llega el momento de decir adiós, se lo juro que me voy en paz”.