Armando Serrano López
El desacuerdo entre algunos de los grandes empresarios mexicanos y el gobierno mexicano ha sido motivo de declaraciones estruendosas por parte de algunos periodistas, analista, políticos, twiteros, facebookeros y como se quieran denominar.
En este ejercicio pretendo dar una explicación al desacuerdo, lo cual desde mi punto de vista no pone en riesgo la transformación del país y mucho menos la transformación del Estado Mexicano que sería lo más trascendente.
Tradicionalmente, desde el término de la revolución mexicana la conciliación entre las élites económicas y políticas del país había sido un acuerdo, ya sea que las élites políticas provinieran al mismo tiempo de pertenecer a la económica o mediante el ejercicio del poder político terminara por convertirse en parte de la élite económica.
En ese tenor, había mayoritariamente una protección a los intereses de la élite económica, empresarios y gobernantes se ponían de acuerdo para proteger los intereses de ambos y según sus consideraciones eso permitía la estabilidad económica y gobernabilidad del país.
Sin embargo, desde el inicio de este gobierno ha existido un distanciamiento entre las dos élites que en estos momentos de contingencia de salud pública vuelve a salir a flote pues la propuesta del presidente de la república sobre el programa de reactivación económica para enfrentar los estragos del COVID-19 no satisfizo los intereses de la clase empresarial.
¿Por qué la propuesta de reactivación económica y social no satisface a la élite económica?
La élite económica se basa fundamentalmente en la acumulación de riqueza. Su principal interés y basándose en los principios del capitalismo es generar riqueza y en capitalismo neoliberal actual sus principios están totalmente descontrolados salvajemente y amenazan a la población mundial, principalmente la más pobre.
Por ello lo que se muestra es la evidencia del sistema social en el que vivimos, una élite avocada a producir mayor marginalidad pues en lugar de comportarse en tiempos de crisis como más “benigna” y moderada, se vuelve más despiadada y extrema. En la lógica de que como capitalistas no están en posición de perder sino siempre de ganar.
A la élite económica no le importa la supervivencia de la población, les interesa mantener sus márgenes de ganancia, es decir el capital está enfocado en comportarse de manera predatoria y para lograrlo pasarán por encima de quien sea.
Por el contrario, actualmente existe una élite política que tiene el control del gobierno de la república, quien en su propuesta de reactivación social y económica antepone el apoyo a los que menos tienen, pobres, pequeños y medianas empresas que en estos tiempos de crisis serán los que mayores problemas para subsistir presenten. En ese sentido intereses de la elite política en el gobierno e intereses de la élite económica no son coincidentes.
Es decir, nos encontramos ante una élite política que tiene el poder del gobierno que plantea como parte de su proyecto político una profunda reforma social que se centre en mejorar las condiciones de vida de los que menos tienen, ahí la divergencia con la élite económica, pues después de mucho tiempo, la élite económica no es el centro de las acciones de gobierno, no hay medidas sustanciales para la protección de sus intereses, tampoco hay una lucha encarnizada por desaparecerlos, pero no son la prioridad, esa está en la reforma social.
Estamos viviendo quizás el ejemplo de un Estado nuclearizado, donde se está dando la lucha por el control de recursos políticos y económicos, dicha nuclearización se manifiesta por un lado en una enorme confrontación de las élites políticas, la oposición sin un mínimo de respaldo al gobierno, y él gobierno apoyado por un sector amplio de la población, y en el ámbito económico empresas mostrando su lado más agresivo y deshumano buscando conservar privilegios y riquezas a costa de no pagar impuestos y despedir empleados.
En estos tiempos queda recuperar lo que Terry Eagleton menciona, resulta difícil mantener la fe en el cambio cuando el cambio mismo parece estar fuera de prioridades aunque sea el momento en el que se necesita más esa fe ( a fin de cuentas , si uno no se resiste a lo aparentemente inevitable, jamás sabrá cuán inevitable era en realidad).