Montserrat Lacalle.
La depresión está detrás de muchas conductas suicidas y también de otros trastornos psicológicos.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada año se suicidan más de 800.000 personas —un factor considerado como la segunda causa de muerte en el mundo— como consecuencia de enfermedades como la depresión y otros factores mentales.
Dichas enfermedades afectan principalmente a la generación llamada milénica (millennials), es decir, esa población digital e hiperconectada que, con el crecimiento de internet y las nuevas tecnologías, ha visto cada vez más afectada su salud en diversos ámbitos «y probablemente sí, se supone que estamos hiperconectados, que potencializamos más las relaciones a distancia; sin embargo, estamos dejando de lado el contacto directo, tú a tú, que es realmente el que crea lazos, es cálido y da apoyo.
Aun así, con la digitalización sabemos que los milénicos son la juventud que se siente más sola que nunca, tal vez más de lo que se sentían sus padres, abuelos o bisabuelos», afirma la docente Montserrat Lacalle, profesora colaboradora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).
Ahora bien, con el confinamiento, esta situación se convierte, para algunos expertos, en aún más alarmante, pues existen factores que para algunas personas se pueden vivir como más negativos que para otras.
«El hecho de no tener contacto o apoyo social, perder la rutina del día a día, no tener un motivo para levantarse como ir a trabajar, la incertidumbre de la situación en la que vivimos, en donde cada día son más los contagiados o fallecidos, y el hecho de que salir a la calle se vuelve angustiante y deprimente, son situaciones que evidentemente impactan, sumándole la desmotivación y la monotonía», asegura Lacalle.
Claramente el aislamiento es una medida que nos afecta a todos, pero no de la misma manera, pues en aquellas personas con factores de riesgo puede desencadenar una depresión o un bajo estado de ánimo, volviendo aún más vulnerables a aquellos que cuentan con antecedentes autolesivos o tienen problemas de conducta suicida.
Cabe aclarar que el suicidio no afecta únicamente a los milénicos, pues si bien es cierto que los jóvenes tienen mayor número de conductas autolesivas, estas no siempre son letales; en cambio, en la franja de edad de los setenta años en adelante, hay menos intentos, pero la letalidad es aún mayor.
El suicidio es una enfermedad que no discrimina, pues más allá de los motivos, es una decisión consciente de quienes la toman. Para la doctora Lacalle, la persona que intenta suicidarse sabe, en el fondo, que lo que está intentando hacer es aliviar su sufrimiento, ese malestar que está viviendo: al no poder continuar adelante con esa situación adversa, hace una interpretación errónea de la situación, y la única salida que ve es quitarse la vida.
En México, la tasa de suicidios ha incrementado 15% en los últimos años; para los expertos, detrás de estas conductas suicidas están la depresión y otros trastornos psicológicos o psicopatológicos, los cuales se deben tratar con un especialista.
En el caso de la depresión, aunque la persona es consciente de que está sufriendo una enfermedad, para algunas no es fácil aceptarlo, y como primera medida intentan salir adelante solas; por eso el entorno juega un papel importante en dichas personas, ya que si se cuenta con alguien cercano, la persona afectada se irá abriendo al tema, de tal manera que se anime a recibir terapia.
«Las personas que llegan a consulta llevan ya mucho tiempo con esta enfermedad y han intentado superar ese malestar por distintos medios, pero han visto realmente que no se trata de un malestar pasajero, sino que su voluntad está casi anulada y necesitan ayuda. Se podría decir que son conscientes de que no están bien, pero el grado de consciencia de que necesitan ayuda varía entre las personas», explica Lacalle.
Cuando hablamos de depresión, hacemos referencia a un comportamiento que se mantiene durante varias semanas, en el cual pueden aparecer diversos síntomas que varían de una persona a otra: «no es lo mismo haber tenido un día gris o dos, en los que estás bajo, no tienes ganas de ducharte, no haces nada, estás aburrido… Pero claro, no estamos hablando de un día, sino de un comportamiento que se mantiene durante un tiempo y puede tener altibajos, pero la principal constante será siempre la tristeza», sostiene Lacalle.
Dentro de los signos más característicos están el llanto, la apatía, la adinamia, el insomnio, los cambios de apetito, la confusión o la lentitud para pensar o tomar decisiones, el desánimo, el pesimismo, el aislamiento social, una baja autoestima y la visión de un futuro desalentador.
El tratamiento para estas personas se inicia con la aceptación de la enfermedad por parte de quien la sufre, decisión en la que no cabe juzgarse a uno mismo. Así como hay patologías médicas por las que las personas son incapacitadas, existen problemas psicológicos que pueden paralizar al individuo, de ahí parte la importancia de recibir terapia psicológica o psiquiátrica, ya que en algunas ocasiones el paciente puede necesitar un apoyo farmacológico.
Depresión y suicidio por la pérdida de un ser querido durante la pandemia mundial
Para la especialista, la pérdida de un ser querido a raíz de la COVID-19 desencadenará lo que los expertos diagnostican como un «duelo patológico», pero no una depresión, y aunque hay síntomas como la tristeza, el aislamiento social y trastornos del sueño que en el duelo son parecidos a los de una depresión, una patología no necesariamente se relaciona con la otra, pues en caso de que la persona se encuentre en un proceso de duelo, es normal que los síntomas aparezcan durante un periodo de tiempo largo.
Ahora bien, con la pandemia, lo más probable es que con motivo del fallecimiento de seres queridos se desencadenen duelos aún más complicados, ya que superar la pérdida en muchas ocasiones es difícil, y en estos días en los que la COVID-19 se ha cobrado muchas vidas, el duelo puede ser aún más complicado de sobrellevar por la falta de una despedida tradicional: no poder despedirnos de la persona, no ver el féretro o no haber podido realizar rituales religiosos o funerarios genera en el familiar lo que los psicólogos consideran «duelos complicados».