Moisés MOLINA
Diciembre es el mes más festivo de todos.
Incluso por encima de Julio, mes de la Guelaguetza en Oaxaca.
No hemos aprendido a vivir diciembre de otra manera.
Nada ni nadie, desgraciadamente, va a hacer que este diciembre sea diferente.
Nada, ni nadie; ni siquiera la muerte.
Acabamos de regresar al semáforo naranja.
Aunque, ahora sí, el semáforo es irrelevante. Solo le sirve a los expertos.
Para la gran masa de contagiados y contagiables poco a poco ha dejado de significar algo.
“Quédate en casa” y “Sana distancia” han quedado reducidos a clichés.
Y la gente prefiere autoconvencerse que no va a contagiarse con tal de no sufrir todas las “incomodidades” que trae consigo el uso del cubrebocas.
Se sofocan uno, se empañan los lentes, suda la nariz y la boca, se escurre el maquillaje, andamos mojados de media cara, no soportamos nuestro propio mal aliento, etc, etc, etc.
Hoy escuché en la radio, en voz de una especialista, que el 70 por ciento de los contaguiados son asintomáticos.
Es decir, solo 30 de cada 100 manifiestan síntomas de moderados a graves y de ellos aún menos mueren.
Nos hemos acostumbrado a ver con normalidad que algunos tengan que morir, que se mueran los menos; los más débiles, piensan algunos.
Además ya viene la vacuna. Es cosa de aguantar un poco más. Aunque no sepamos a ciencia cierta cuánto.
La vida se nos va en pretextos y justificaciones cuando de hacer lo que queramos se trata.
En el fondo no valoramos la vida; ni la propia y menos la ajena.
Resuena el eco de la voz de Ricardo López Méndez cuando escribió:
“México, creo en ti. Porque el águila brava de tu escudo se divierte jugando a los voados con la vida y a veces con la muerte”.
Si en periodo “laboral” no nos guardamos, en las vacaciones decembrinas menos.
Diciembre es el mes más Octaviano de todos.
Y este diciembre será (está siendo) todo fiesta, todo reuniones, todo insana cercanía. Estamos juntos y revueltos.
La verdad es que nunca nos hemos dejado de abrazar.
Esta será otra “feliz navidad” para los que no tengan difunto en ella.
Y es el reflejo fiel de otra de nuestras maldiciones colectivas: la impunidad.
Delinquimos cívica y moralmente este fin de año y confiamos en salir impunes.
Aunque la autoridad prohíba nuestras acostumbradas celebraciones en lo público, nos las arreglamos, como siempre, para gozar a lo grande en privado de la única manera que sabemos y nos gusta hacerlo: al exceso.
En México y en Oaxaca no hay felicidad en la moderación. Aquí es todo con exceso y nada con medida.
Salvo contadas, muy contadas excepciones.
Al fin y al cabo los que se van a morir, pues se van a morir y punto.
Hay quienes han muerto y seguirán muriendo porque se lo buscaron.
Pero también los hay quienes han muerto y seguirán muriendo por la inconmensurable irresponsabilidad de otros.
Esos no habrán muerto, a esos los habrán matado.
Y tu ¿te has preguntado si no habrás contagiado y eventualmente matado a alguien?
Seguro que no.
En unos años, sabremos de qué tamaño habrá sido nuestra indolencia y las historia nos juzgará cuando los libros de texto hablen de la pandemia.
Ojalá no se nos juzgue como generación de asesinos.