La Jornada
Este reconocimiento estatal lo otorga el Instituto Oaxaqueño de las Artesanías (IOA) con anuencia de las secretarías de Cultura federal, de Bienestar y el Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías (Fonart).
El encierro por la contingencia del Covid-19 y la baja producción de artesanías a causa de la cancelación de fiestas y actos sociales motivó a Heriberto, de 45 años, a crear esta obra que para él significa “una renovación”, pues la pandemia le enseñó a sobrevivir y a mejorar la calidad de sus obras.
Sa’ Xquidxe es una representación de la fiesta tradicional de los pueblos zapotecas. A las piezas de barro, que tienen forma y movimiento, también les incluyó el atuendo que visten las mujeres, enagua y huipil, y los hombres guayabera blanca y pantalón oscuro, asimismo a los músicos sus respectivos instrumentos musicales.
Heriberto heredó el talento y amor por la alfarería de su abuelo y su padre. Desde su taller, ubicado en su hogar, diseñó cada una de las piezas de la obra que resultó premiada.
“Quise mostrar a mi gente, a mi pueblo, las fiestas; tal vez lo elaboré al ver que se cancelaron, al ver que no había nada por la pandemia, y mira, la reconocieron. Ojalá no sólo quede ahí; es necesario que las instituciones valoren nuestras obras, que nos ayuden a promoverlas y que podamos vender a mayor cantidad y escala.”
Ixtaltepec, es una localidad ubicada en el Istmo de Tehuantepec, donde existen cerca de 60 talleres familiares de alfarería.
Con la pandemia, su taller, al igual que otros de la localidad, sufrió modificaciones en la elaboración de las ollas, dejó de hacer las tradicionales, que eran para las celebraciones y fiestas, y los cambiaron por maceteros de diversas formas y dibujos. Esa es una forma de adaptación que les ha dado solvencia económica frente a la cancelación de pedidos.
Para elaborar una pieza de alfarería, el proceso es extenso y laborioso, el barro lo adquieren de los cerros de la localidad de Chihuitán, Oaxaca, casi a 40 minutos de Ixtaltepec; posteriormente, se tritura y se prepara con arena, se deja reposar durante un día y después, con un torno de madera, comienzan a elaborarse las piezas. Hay algunas que tardan hasta dos días, especialmente las enormes ollas; después se introduce a un horno de leña a altas temperaturas y, finalmente, se pasa al proceso de diseño según las necesidades del cliente.
El artesano considera que no todo ha sido negativo en la pandemia, pues a él le surgió la idea de elaborar piezas con mayor precisión y cuidado, como la obra premiada, por lo que reconoció que “hace falta más capacitación” de las instituciones.
“Es necesario que sepamos de técnicas, de formas, de otras texturas, hacer combinaciones, por eso urgen las capacitaciones, pero tenemos dinero, porque nuestro arte se vende en serie y barato. Ojalá las autoridades nos ayuden, nos capaciten y seguramente nuestras ollas saldrán mejores y con más calidad.”
Los alfareros también han tenido que duplicar sus oficios. Por la mañana unos elaboran ollas y por la tarde van al campo o son albañiles.
Los días pasan, han sido nueve meses desde que comenzó la emergencia sanitaria mundial, y en el Barrio Cantaritos, donde se ubican dos talleres familiares y otra decena más, pareciera no ocurrir nada; sin embargo, las familias han tenido que adaptarse a esta nueva normalidad, algunas trabajan diariamente y otras sólo dos veces por semana, la producción no se detiene, al contrario, resiste para seguir preservando este oficio tradicional zapoteca.