Denise Dresser/Reforma
El nuevo Plan de Estudios de la SEP encapsula la esencia de la llamada “Cuarta Transformación”. López Obrador no pretende educar ciudadanos autónomos; busca perpetuar súbditos leales. No le preocupa fomentar la inteligencia libre; prefiere el adoctrinamiento político. Su plan piloto seguirá construyendo el muro infranqueable que un sistema educativo indefendible erige en torno a miles de niños mexicanos. Víctimas -otro sexenio más- de una escuela pública que condena a la mediocridad permanente. Víctimas -otra vez- de una educación ideologizada que crea subordinados apáticos, entrenados para exaltar al gobierno, en lugar de cuestionarlo. En el aula se les enseñará a memorizar los males de la “lógica colonial”. Pero no aprenderán lo que les permitirá obtener un empleo, armar trampolines de movilidad social, competir, entender, relacionarse con el mundo. La SEP sembrará lugares comunes y cosechará ignorancia.
El plan piloto presentado y que se instrumentará a lo largo del país parte de un diagnóstico equivocado. La SEP atribuye el progresivo deterioro educativo, la inclusión tardía, la reprobación y la deserción al “modelo patriarcal, colonial, eurocéntrico, homofóbico y racista”. La SEP cree que muchos años de generaciones heridas, donde más de la mitad de los jóvenes mexicanos están por completo fuera de la escuela, se deben a que la educación no tuvo un “perfil comunitario”, no incorporó las “experiencias locales”, y tenía una visión demasiado “global”. Ante la catástrofe profundizada por la pandemia, la SEP ofrece posturas panfletarias. Ante una debacle de décadas, el gobierno ofrece banalidades propias de un libro de autoayuda, bestseller en Sanborns. Habla mucho de temas loables como la igualdad de género, la inclusión, el racismo, y el “diálogo de saberes”. Habla poco de temas indispensables como la ciencia y la tecnología y las matemáticas y la computación y cómo ser ciudadano libre.
Antes y ahora, la educación no ha sido prioridad de ningún Presidente, y ahí están los resultados. Gobierno tras gobierno ha concebido a la educación pública como una estrategia de pacificación, más que como un vehículo de empoderamiento, y por eso el rezago. En México, la escolaridad promedio es de tan solo 8.7 años, lo cual equivale a segundo de secundaria y se vuelve razón fundacional de nuestro desarrollo trunco. 43 por ciento de la población de 15 años o más no cuenta con una educación básica completa. Según la última evaluación de la prueba PISA -la mejor métrica internacional, cancelada por el gobierno actual-, 56 por ciento de los mexicanos se ubican entre los niveles 0 y 1, es decir sin las habilidades mínimas para enfrentar las demandas de un mundo globalizado, meritocrático, competitivo. Un millón de alumnos abandonaron la escuela durante el Covid. Pero en vez de atender problemas estructurales, la 4T provee un plan retórico. En lugar de encarar vicios históricos, la 4T propone memorizar agravios. “La mercantilización de la educación”, “el capitalismo cognitivo”, “las políticas neoliberales”. La 4T producirá jóvenes lopezobradoristas orgullosamente “decoloniados”, pero educativamente atrasados.
Como señala Bertrand Russell, toda la educación tiene una motivación política y la de AMLO es evidente. Revivir y recrear un sistema educativo que premia clientelas, en vez de construir ciudadanos, que privilegia los acuerdos sindicales por encima de los méritos laborales, que usa a los maestros para ganar elecciones en vez de educar niños. Resucitar la lógica de sexenios pasados, en los cuales la CNTE o el SNTE chantajeaban o presionaban o negociaban para que el Presidente en turno no tuviera problemas con el sindicato. AMLO y Delfina Gómez y Leticia Ramírez son cómplices de un acuerdo primigenio que otorga concesiones indefendibles a los caciques magisteriales, mientras arrebata derechos humanos a los niños.
Ahora, en la escuela pública no habrá evaluación a los maestros o reprobación a los alumnos. No habrá forma de medir el daño que se volverá a infligir. No habrá profesores profesionales sino peones de apoyos políticos y cruzadas ideológicas. Pero sí habrá millones de estudiantes en el aula, memorizando los logros y las obras de la 4T. Atrapados en escuelas pobres para pobres, amplificadoras de brechas y desigualdades, formadoras de súbditos leales, entrenados para obedecer y no para pensar.