Denise Dresser/Reforma
Oye, tú. El que me está leyendo. La que está revisando mi columna para ver si vale la pena. No sé cuál es tu postura sobre la prisión preventiva automática; si la exiges como AMLO o si la criticas como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y la Suprema Corte. Pero si perteneces a ese alto porcentaje de mexicanos de acuerdo con que todas las personas acusadas de un delito permanezcan en la cárcel -mientras se averigua si son inocentes o culpables-, este texto es para ti. Aquí te pregunto, aquí te cuestiono, aquí te exhorto a reflexionar y, ojalá, repensar tu posición. Porque si crees que la impunidad y la violencia disminuirán con meter a más mexicanos tras las rejas, estás equivocado. Te está seduciendo la narrativa de la mano dura, que es sólo eso. Un cuento, una fabricación, un potaje de política pública que Calderón, Peña Nieto y López Obrador te han vendido como falsa solución. Y al apoyarla, te conviertes en carcelero de tus compatriotas.
Alguien dispuesto a entambar a otro ser humano por -supuestamente- robar un taco o vender un churro de mariguana. Alguien dispuesto a encarcelar y luego investigar. Porque crees que eso castigará a los criminales y los desalentará; crees que el punitivismo penal hará de México un país más seguro. Sin embargo, al igual que el presidente López Obrador y Claudia Sheinbaum y Adán Augusto López, estarás equivocado. Te habrá hipnotizado la imagen de presuntos culpables, detenidos, y castigados. Si es así, deja todo, retoma mi argumento más tarde y siéntate a ver la serie documental El caso Cassez-Vallarta: una novela criminal, en Netflix, basada en el libro de Jorge Volpi y la investigación de Emmanuelle Steels. En ese caso emblemático, verás reflejada la podredumbre de la justicia penal, y cómo construye criminales, arma montajes, viola la presunción de inocencia y destruye vidas. En la pantalla, verás una historia que todo mexicano debe conocer; un proceso que toda mexicana debe rechazar.
Torceduras trágicas del debido proceso convertido en “indebido proceso” desde el momento en que Florence Cassez no fue presentada inmediatamente ante un Ministerio Público. Desde que Genaro García Luna ordenó la “recreación” de su captura para validar la estrategia punitivista de Felipe Calderón. Desde que el caso se manipuló para proveerle réditos políticos al Presidente en turno, sacrificando las garantías procesales. Quizás seas de aquellos convencidos de la culpabilidad de “la francesa”, que se alegró con su encarcelamiento, y criticó su posterior liberación por la SCJN, años después. Quizás no te estremezca la capacidad que tiene el sistema judicial para aprehender a presuntos culpables y transformarlos en indudables culpables. Pero debería estremecerte. Si tú justificas esa violación espeluznante de la presunción de inocencia, estás validando la idea antidemocrática de que, para perseguir criminales, el Estado puede cometer actos ilegales.
Si te incomoda escudriñar el caso de Florence Cassez, revisa el de Ayotzinapa, donde se repiten muchos de los mismos vicios. Los artífices de la “verdad histórica” del peñanietismo declaran haber resuelto el caso, aprehenden a sospechosos, los encarcelan, los torturan, y después se ven obligados a soltarlos porque las acusaciones no se comprueban. O la violación de la presunción de inocencia lleva a su liberación. O el gobierno posterior prefiere una versión distinta a la de su predecesor. O los “enemigos” del pasado se vuelven los “amigos” del presente. Entran unos, salen otros, como resultado de la justicia manoseada y manipulada: Elba Esther Gordillo, Rosario Robles, Jorge Luis Lavalle, Emilio Lozoya, ahora Murillo Karam.
Mientras tanto, los más indefensos pueden pasar años pudriéndose en la cárcel -he ahí a Israel Vallarta-, esperando un juicio, esperando a Godot. Porque personas como tú piensan que el fin justifica los medios, piensan que si alguien es acusado debe ser culpable, piensan que algo así nunca les sucederá, o si ocurre sobornarán para evadir el reclusorio. Al aplaudir la prisión preventiva automática, apuntalarás un sistema penal retrógrado. Dejarás de ser un ciudadano que aspira al imperio de la ley, porque prefieres pararte junto con los victimarios. Los García Luna y los Murillo Karam y los Gertz Manero. En vez de ser un ciudadano que exige derechos, te volverás un carcelero que los pisotea.