Javier Chávez
A propósito de nuestras fiestas patrias en donde, tras dos años de padecer el encierro, hoy nos brota de nuevo ese sentimiento nacional, ese orgullo por nuestras raíces. Las clases de historia que alguna vez tuvimos, los libros que alguna vez leímos, vuelven a nuestra mente, resultando inevitable llenarnos de orgullo de esas luchas que se libraron hace tantos años.
Pero también para algunos, como es mi caso, nos es preciso comparar aquellas épocas de beligerancia, de conspiraciones, de revoluciones en donde el status quo se transforma y en donde los ideales eran el motor de las grandes luchas; esas luchas que hasta hoy se siguen dando, que se gestan desde las entrañas de nuestro estado y que son la dolencia histórica de muchos de nuestros pueblos.
Estas semanas, llenas de tanto caos, de protestas que, por legítimas que estas sean, llegan al hartazgo de una sociedad que ve perturbada su cotidianidad que, ya de por sí, tiene grandes retos que enfrentar continuamente.
Reconocemos enseguida que en cuanto se acercan algunas fechas que resultan importantes por las actividades dentros de la agenda pública y que son una plataforma de notoriedad para nuestro estado, grupos y organizaciones llegan a la capital del estado a protestar, en espera de algunas dádivas que se van a manos de unos cuantos líderes sin escrúpulos, dejando a su paso molestia y encono. Es tan habitual que terminamos normalizándolo, aún con la molestia, pero resignándonos a que es parte de la vida en nuestra ciudad.
Debido a es hartazgo generalizado, cada vez resulta más difícil poder identificar una causa justa, una protesta legítima; se terminan invalidando, aún sin conocer las porqués de dicha manifestacíon. Ante la impopularidad de estos eventos, el gobierno encuentra la oportunidad de desatender las demandas que, en varias ocasiones, son totalmente justificadas.
Siempre he pensado que la mayoría de las protestas tienen una razón válida, pero no se debe perder de vista que los derechos de unos, terminan cuando comienzan los de otros. La base para dar soluciones debe ser el respeto, el respeto a las manifestaciones, el respeto a la ciudadanía y el respeto a las demandas sociales; cuando se pierde esa precepto elemental, pasamos de la protesta, al conflicto y ahí, en el conflicto, perdemos todas y todos.
Sabemos que es la recta final de un gobierno, que además dejará varias deudas para nuestro estado, y ello acentúa los pendientes, todo aquello que no se pudo -o tal vez no se quiso-, pero debemos pensar en lo que viene, nuestros problemas no van a terminar con los sexenios que transcurren, es un hecho que debemos seguir señalando, protestando, exigiendo, así como también debemos presentar soluciones, mostrando la voluntad de hacer entre todas y todos un nuevo gobierno, convirtiéndonos en aliados de la construcción de una nueva sociedad. Convirtámonos en corresponsables en las tareas que nos beneficiarán en los años venideros.
Sería muy justo revisar esos largos periodos de transición de un gobierno a otro, el saliente se debilita y el entrante está completamente limitado, esa sería una gran tarea para las y los legisladores, encontrar el consenso para reducir ese lapso de entrega y recepción de la estafeta gubernamental, lo que seguramente redundará en mayor estabilidad política, acciones más dinámicas y soluciones prontas a las necesidades de las y los ciudadanos.