La X en la frente: El prescriptivismo de hare o de lo bueno y lo encomiable

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Moisés MOLINA

La raigambre de toda teoría que trate de explicar los derechos humanos es, antes que jurídica, filosófica. Sobre todo porque habla de derechos humanos es hablar de principios y de “lo bueno”.

Y uno de los filósofos mexicanos a quienes más debe la teorización sobre “lo bueno” es Alejandro Tomasini Bassols, estudioso empedernido de Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein.

En su obra “Filosofía analítica: un panorama”, Tomasini resume las principales aportaciones de Richard M. Hare sobre un nuevo enfoque de la ética desde la perspectiva de la filosofía analítica: el prescriptivismo.

Cabe apuntar que la filosofía analítica propone el estudio de los problemas clásicos desde una filosofía del lenguaje. Los filósofos analíticos se dedican a examinar las funciones, aplicaciones y usos de los términos morales y del lenguaje moral en general.

Previo al tratamiento del prescriptivismo de Hare, Tomasini introduce a la temática distinguiendo entre la ética normativa clásica y la ética analítica a la que pertenece el prescriptivismo.

Partiendo de la definición de Bertrand Russell que concibe la ética como principios generales que ayudan a determinar reglas de conducta, el autor distingue entre principios éticos y reglas de conducta. Las reglas nos dicen cómo actuar, qué hacer, mientras que los principios éticos son abstracciones que justifican dichas reglas. Bajo esas premisas, dependiendo de cuáles sean nuestros principios, serán nuestras reglas.

Ese es el campo de la ética normativa. Y su principal problema es la justificación de los principios éticos. Los filósofos analíticos dejaron de asumir que “bueno” denota una propiedad que hay que tratar de descubrir. Y en su lugar, desde la perspectiva de la lógica, se dedicaron dilucidar el significado de la palabra “bueno” y del término “deber”.

Para los analíticos, de la mano de Moore, la ética terminó siendo el estudio del significado de “bueno”. Inquirir qué es lo bueno equivale a preguntar cómo se define lo bueno.

Así, el prescriptivismo de Haré, expuesto en su libro “El lenguaje de la moral”, se basa en la idea de que los principios morales tienen la función primordial de guiar la conducta, de prescribirla. Pará él, si no somos capaces de entender el lenguaje moral y qué funciones desempeña corremos el riesgo de pensar mal y por consiguiente de actuar mal, de vivir mal.

Para Hare -que se ve a sí mismo no como un simple moralista, sino como un lógico del lenguaje moral – el estudio del lenguaje prescriptivo es el estudio de las oraciones imperativas. Así como hay imperativos singulares concernientes a situaciones concretas, los hay universales. Estos últimos son los auténticos imperativos morales.

Lo opuesto al prescriptivismo es el emotivismo. Para los emotivistas el discurso moral es la simple expresión de emociones y sentimientos, pero no de pensamientos. Y lo que Haré intenta rescatar es el carácter racional del discurso y el pensamiento moral.

Mientras el pensamiento imperante prescribía que la ética tiene que ver con normas que no pueden ser ni verdaderas ni falsas, Hare reivindica la aplicación de las reglas de la lógica que tiene que ver precisamente con la verdad y la falsedad.

Para Hare los mandatos y los juicios morales son prescripciones que deben tener justificación y validación racional. En la ética no hay principios autoevidentes. Si justificar una acción consiste en ofrecer principios, justificar los principios es mostrar que sus efectos son positivos. Aquí Hare abre la puerta a una extraña combinación de kantianismo con utilitarismo: para que un principio se convierta en ley universal, sus consecuencias positivas deben prevalecer sobre las negativas, deben promover más felicidad que dolor.

Tomasini muestra también la distinción que Haré hace de los dos usos de “bueno”: el instrumental y el valorativo, y ejemplifica: no es lo mismo hablar de un buen vino que de un buen perro.

Sea como sea el uso de la palabra “bueno” nos conecta con nociones como “elegir”. “Encomiar” (que es el término moral supremo) es dirigir acciones, y para ello se requieren imperativos. Encomiar algo nos compromete con determinados mandatos.

Así, todos los juicios de valor son de carácter universal y como tales son guías para la acción porque implican imperativos.

En resumen, para Hare la función de todas las palabras valorativas es encomiar, guiar elecciones, decisiones o acciones. Sin embargo, para Tomasini esta idea es falsa porque podemos evaluar sin mandar.

*Magistrado de la Sala Constitucional y Cuarta Sala Penal del Tribunal Superior de Justicia de Oaxaca.