ERNESTO REYES
A principios de los años 70 del siglo anterior, el gobierno de Oaxaca le arrebató al ayuntamiento la organización de la Guelaguetza de los Lunes del Cerro y la Octava, un evento que, cuarenta años atrás había evocado, de algún modo, a las fiestas que aludían a los inicios de la siembra del maíz de la época prehispánica que al correr de los años la religiosidad católica la fusionó con la celebración de la virgen del Carmen.
La idea surgió en 1932, con motivo del Cuarto Centenario de haber sido elevada a categoría de ciudad la verde Antequera. El promotor principal: el gobernador Francisco López Cortés, quien también comenzó a hablar de que Oaxaca estaba constituida por siete regiones, aunque la cuenca del Papaloapan no aparecía, sino integrada a la etnia chinanteca. Ahora, ya está incorporada la sierra sur como octava región.
Asumiendo que Oaxaca de Juárez debía levantarse anímica y económicamente del impacto del terremoto ocurrido un año antes, mismo que había arruinado a miles de familias, comercios, casas habitación y la fisonomía citadina, se consideró que el homenaje racial debían hacerlo las siete regiones, asesorado el espectáculo por intelectuales costumbristas.
La exaltación de estas tradiciones no tenía más propósito que el sentido de una convivencia regional, pero jamás imaginaron que la exposición de bailes, música, poesía e indumentaria iba a derivar, muchos años después, en un espectáculo de alcance internacional que terminó en manos de la llamada industria turística que sigue estando en poder de comerciantes voraces. Con autoridades que expulsan a ambulantes, arreglan calles y bordillos de banquetas para ocultar zonas con escasa urbanización, es decir, para que no se note la pobreza, se toleran abusos y precios altos de los prestadores turísticos. Nadie los persigue y sanciona.
En la institucionalización de la fiesta, los lunes del cerro dejaban entrever las contradicciones sociales como, por ejemplo, el abierto racismo con que se trataba a los habitantes pobres, no importando la región o zona de la que procedieran.
El homenaje racial se realizó entre el 24 de abril y el 5 de mayo de 1932. Sin embargo- advierte el maestro en estudios regionales, Ramón Torres Ávila en un trabajo denominado “Regionalizaciones del Estado de Oaxaca 1901-1949” – no todo era alegría en la ciudad ante un trascendido sobre la indumentaria del oaxaqueño.
“Un integrante del comité organizador – Alfredo Canseco Feraud- hizo una proposición que vino a reforzar lo que en tiempo anterior hiciera el licenciado José Guillermo Toro. El abogado mencionado propuso en una de las primeras juntas del comité, que su labor debía dejar alguna huella en las fiestas; huella perenne y por tanto proponía se obsequiara a algunas poblaciones algunos pares de zapatos o algunos pantalones, pues era indudable que quienes los usaran quedarían habituados a su uso, especialmente los pantalones y su ejemplo serviría para inducir a mayor número a usar estas prendas”.
En el periódico local, El Mercurio, el maestro Ramón Torres encuentra que en la sesión referida el profesor Feraud propuso aprovechar las fiestas del Centenario para lanzar volantes “excitando a nuestras clases humildes a dar un paso adelante en su mejoramiento, vistiendo pantalones, ya que prácticamente vestían en ropa interior.” La proposición fue aprobada por los concurrentes de la junta.
Sin embargo, como sucede ahora en que comunicadores e integrantes de la sociedad civil critican la desacreditación del significado de la guelaguetza – leer trabajos de Paola Flores y la propuesta del Espacio Estatal del Maíz Nativo 2024 que buscan rescatar el verdadero significado de esta costumbre relacionado con la vida comunitaria, el intercambio y la gratitud – los periodistas de entonces cuestionaban:
Ante la excitativa a “que los hijos de las clases humildes cambiaran su indumentaria la cual es de calzón de manta por el pantalón”, el Mercurio apuntaba: “Juzgamos peregrina e inusitada la proposición. Despojar a nuestros indios de su indumentaria clásica puede parecer a primera vista un acto de progreso. Y sin embargo no lo es. Desde que el indio fue conquistado por los españoles, su manera de vestir fue una consecuencia de su medio histórico, de su ambiente geográfico, de su realidad social”.
Hoy que existe polémica por los excesivos gastos y frivolidad con que se conducen autoridades de Turismo Estatal, así como de la permanente exclusión de las clases populares que las mandan a las zonas altas del auditorio Guelaguetza, la anécdota sobre el cambio casi obligatorio de pantalones por calzones de manta, es ilustrativo sobre cómo se trataba de esconder dicha situación para quedar bien con las clases pudientes, sacrificando el modo de vida de los nitos: “los nacidos y criados en este solar”. Cualquier semejanza con la realidad actual es a propósito.
@ernestoreyes14
-0-