IA’s soluciones pero ¿para qué problemas?

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Pongamos todo en perspectiva // Carlos Villalobos

En los últimos años, la inteligencia artificial (IA) ha sido promovida como la solución mágica  para una serie de desafíos contemporáneos, desde la automatización industrial hasta la optimización de procesos en sectores tan diversos como la salud y la alimentación, sin embargo, tras una revisión más profunda, surge una inquietante realidad: la IA, tal como se nos ha presentado, está lejos de ser la herramienta omnipotente y universalmente funcional que muchos han imaginado.

Un caso muy peculiar que ejemplifica las limitaciones de la IA en ejemplos muy claros en la vida cotidiana, es el caso de los sistemas automatizados en los autoservicios de McDonald’s. En su momento la cadena de comida rápida más grande del mundo ha experimentado con chatbots de IA para tomar pedidos, una iniciativa que prometía mejorar la eficiencia y reducir los costos laborales, sin embargo, la realidad dista mucho de las expectativas.

Estos sistemas, utilizando la automatización, han demostrado ser propensos a errores, como registrar órdenes incorrectas o añadir productos no solicitados, provocando no solo frustración entre los clientes sino también una ola de críticas en redes sociales. La compañía ha decidido retirar estos sistemas de más de 100 ubicaciones en los Estados Unidos, reconociendo implícitamente que la tecnología no está a la altura de las demandas del mercado.

Este es solo un ejemplo de cómo la IA se ha convertido en una solución en busca de un problema, las empresas tecnológicas han inflado tanto las expectativas alrededor de la IA, prometiendo que revolucionaría industrias enteras, lo cierto es que a menudo parece que se implementa más por moda que por necesidad real. La IA, en muchos casos, se vende como una herramienta milagrosa capaz de resolver cualquier inconveniente, cuando en realidad sus aplicaciones prácticas aún están limitadas y, a menudo, son costosas de implementar y mantener.

La carrera hacia la implementación omnipotente de esta tecnología ha desatado una demanda sin precedentes de energía, provocando más problemas que soluciones y para muestra un boton; de acuerdo a un informe de Goldman Sachs, los centros de datos, esenciales para las operaciones de IA, podrían consumir hasta el 8% de la electricidad global para 2030, comparado con el 3% en 2022.

Esto plantea serios desafíos no solo para las infraestructuras eléctricas existentes, sino también para los objetivos de sostenibilidad de muchas empresas tecnológicas que, paradójicamente, están comprometidas con la reducción de su huella de carbono. Empresas como Google, Amazon y Microsoft han hecho promesas de operar sus centros de datos con energía 100% renovable, pero incluso ellos reconocen que este objetivo es difícil de alcanzar sin una transformación radical en la generación de energía, posiblemente a través de tecnologías aún no maduras como la energía nuclear avanzada.

Más allá del consumo energético, la IA también enfrenta problemas éticos y de confianza, esto a pesar de los avances en algoritmos y modelos, la tecnología aún lucha por comprender contextos y emociones humanas, lo que resulta en productos de IA que a menudo carecen de la sutileza y empatía necesarias para interactuar de manera efectiva con las personas. Esto es evidente en los fracasos de los sistemas de IA en captar correctamente los pedidos de los clientes o en la incapacidad de generar contenido audiovisual que no resulte en lo que se describe como “alucinaciones”, donde los resultados son extraños e incoherentes.

La verdad incómoda es que, por el momento, la IA es más una herramienta de nicho, y superespecializada, más que una solución universal. Es cierto, es efectiva en tareas específicas, como la clasificación de datos o la optimización de procesos altamente definidos, pero falla en áreas que requieren adaptabilidad, intuición y comprensión contextual. Las empresas que adoptan IA deben hacerlo con una conciencia clara de sus limitaciones y una planificación cuidadosa de cómo integrarla de manera que realmente aporte valor, en lugar de simplemente subirse al carro de la última tendencia tecnológica.

Hoy con un tiempo ya recorrido después del boom de la implementación de esta tecnología, urge desmitificar la IA y verla por lo que realmente es: una tecnología en desarrollo con aplicaciones útiles pero limitadas. La narrativa inflada alrededor de la IA como una solución para todos los problemas no solo es engañosa, sino potencialmente dañina, ya que puede llevar a inversiones mal dirigidas y expectativas insatisfechas.

Como consumidores y ciudadanos, debemos exigir una mayor transparencia y responsabilidad por parte de las empresas que promueven estas tecnologías, asegurándonos de que su implementación sea verdaderamente beneficiosa y sostenible. En última instancia, la IA no es el fin, sino un medio y como cualquier herramienta, su valor reside en cómo y para qué se utiliza.

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