El Problema es la soberbia

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Pongamos todo en perspectiva // Carlos Villalobos

“Disfruta lo votado” es una frase que se repite hasta el cansancio en redes sociales y conversaciones cotidianas como un mantra de los detractores de Andrés Manuel López Obrador y la Cuarta Transformación. Esta consigna es regularmente utilizada como una burla constante o como un recordatorio “ácido” de las decisiones electorales de millones de mexicanos, sin embargo, detrás de esa frase, y su reiterado uso, se esconde un problema mucho más profundo y preocupante: la soberbia.

 

Es inaudito que, en pleno marco de las protestas de los trabajadores del Poder Judicial, algunos se sigan preguntando con incredulidad por qué la gente cree en el presidente y en su proyecto. La respuesta está, en gran medida, en su propia ceguera: no han entendido, que no entienden.

 

La soberbia con la que los detractores de la 4T han manejado su discurso y su narrativa, es tan monumental que, en su afán de desacreditar, han caído en el peor pecado que se puede cometer en una democracia: menospreciar las pasiones e inquietudes de miles de mexicanos.

 

Durante décadas enteras, élites políticas, económicas y mediáticas han disfrutado de una posición de poder y privilegio que los ha alejado del pulso real del país, han vivido en burbujas, en oficinas muy alejadas de la realidad, desde donde se ha pretendido narrar la realidad a través de líneas editoriales de sus periódicos y noticieros. En ese universo paralelo, es fácil caer en la trampa de la superioridad moral, de creerse poseedores de la verdad absoluta, mientras se mira con desdén a aquellos que piensan diferente.

 

El problema con el Poder Judicial es un claro ejemplo de esta desconexión; tanto los analistas como los supuestos agraviados han llenado las mesas de opinión y debate con sesudas disertaciones, pero han olvidado lo más importante: la mayoría de la población. En lugar de entender el malestar y las demandas de la gente(por ejemplo la deuda histórica en la procuración de justicia), se han enfrascado en discusiones técnicas y legalistas que solo les interesan a ellos y luego se preguntan: ¿por qué nadie nos entiende?

 

La respuesta es simple: no se puede entender lo que no se escucha, y no se puede escuchar cuando se está atrapado en un pedestal de soberbia. La mayoría de las y los mexicanos no están interesados en los tecnicismos jurídicos o en las discusiones académicas, lo que les preocupa es su día a día, su seguridad, su bienestar, y sobre todo, que se les trate con dignidad y respeto. Cuando se sienten ignorados o menospreciados, es natural que busquen alternativas que les den voz, que les hagan sentir que alguien está realmente de su lado.

 

López Obrador ha logrado conectar con esa parte de la población que durante décadas fue ignorada y maltratada por esas élites y lo ha hecho no solo porque ha sabido leer sus preocupaciones, sino porque ha sido capaz de hablarles directamente a ellos, mientras que los detractores de la 4T (o cualquier propuesta que provenga del movimiento) siguen en sus torres de marfil, preguntándose cómo es posible que la gente siga apoyando al presidente, la realidad en la calle es muy distinta. La gente no está buscando tecnicismos, está buscando empatía, está buscando un cambio que ofrece la esperanza de ser escuchados y tomados en cuenta.

 

La soberbia de los detractores no solo los ha alejado del pueblo, sino que los ha vuelto incapaces de ofrecer una alternativa real. En lugar de proponer soluciones, se han dedicado a criticar, a burlarse, a despreciar y cada vez que repiten el “disfruta lo votado”, lo único que logran es reforzar la idea de que siguen sin entender nada.

 

Si de verdad quisieran hacer algo por el país, dejarían atrás su soberbia, dejarían de mirar con desprecio a quienes piensan diferente y empezarían a escuchar, de verdad, lo que la gente tiene que decir. No basta con llenar columnas de opinión o mesas de debate con discursos pomposos, es necesario bajar del pedestal, ensuciarse las manos y entender que la democracia se construye desde desde la humildad y el respeto mutuo.

 

El problema no es que la gente crea en López Obrador o en la Cuarta Transformación, el problema es que aquellos que deberían ser sus críticos constructivos, aquellos que podrían ofrecer alternativas y enriquecer el debate, están demasiado atrapados en su propio ego como para darse cuenta que están hablando en un idioma que nadie entiende, o que en ocasiones, la gente con tal de darles la razón simula entender.

 

Hasta que no se reconozca y se corrija este defecto, hasta que no se acepte que el pueblo tiene derecho a ser escuchado y respetado, seguiremos viendo cómo la brecha entre las élites y la mayoría de los mexicanos se ensancha y mientras esa distancia crece, el eco de “disfruta lo votado” solo servirá para recordarnos que la arrogancia nunca ha sido buena consejera en política, y mucho menos en una democracia.