El sueño de un niño soñador
Desde siempre, su corazón estuvo lleno de sueños. Crecer en una comunidad donde la pobreza era el pan de cada día no le impidió imaginar un mundo más allá de las calles polvorientas donde jugaba con su hermana. Para él, aquellos carritos sin llantas eran los más veloces del mundo, y la tierra entre sus dedos era tan divertida como cualquier juguete costoso. Mientras otros niños en la escuela hablaban de sus viajes y aventuras en ciudades llenas de luces y movimiento, él soñaba con el día en que podría ver todo eso con sus propios ojos.
El destino parecía sonreírle cuando, después de tanto esperar, su sueño se hizo realidad: viajaría a la gran Ciudad de México con su madre, su abuela y su pequeña hermana. Su padre, por compromisos de trabajo, no podría acompañarlos, pero esperaba con ansias su regreso para escuchar cada detalle de la gran aventura. Con el corazón latiendo de emoción, se embarcaron en aquel largo trayecto de más de catorce horas, un viaje que para él no era solo un traslado, sino la promesa de un sueño hecho realidad.
Al llegar a la Ciudad de México, todo era deslumbrante. Las imponentes construcciones, los monumentos históricos y las majestuosas fuentes parecían sacados de un cuento. Su mirada se iluminó al recorrer las calles llenas de historia y vida. Cada rincón era una nueva experiencia, un recuerdo imborrable. Aquel viaje, aunque breve, lo marcó para siempre.
El regreso a casa estaba lleno de emociones. No podía esperar para contarle a su padre cada detalle de su travesía, desde las luces de la ciudad hasta la sensación de estar en un lugar tan inmenso. Pero la vida, en su cruel imprevisibilidad, le tenía reservado un giro inesperado.
En la oscuridad de la carretera, el viaje de ensueño se tornó en pesadilla. El transporte sufrió una falla y, en un instante, todo cambió. El estruendo del impacto, la confusión y el miedo se apoderaron de la noche. Cuando el sol volvió a salir, el niño soñador, su madre, su abuela y su hermana ya no despertaron. Su viaje había tomado un rumbo distinto, uno donde los sueños se transforman en recuerdos imborrables.
La noticia sacudió no solo a su familia, ni a su comunidad, sino a todo un país. En su despedida, miles de personas se unieron para acompañarlos en su último trayecto. Sus amiguitos, aquellos que esperaban con ansias escuchar sus historias, nunca volvieron a oír su voz. Su padre, que esperaba con ilusión el reencuentro, se quedó con el alma rota, sin su hijo, sin su esposa, sin su madre y sin su pequeña niña.
La vida es efímera, impredecible y, a veces, injusta. Nos aferramos a la rutina, sin darnos cuenta de que los momentos simples son los que realmente importan. Este pequeño niño, con un corazón lleno de sueños, nos dejó una lección invaluable: valoremos cada instante, porque no sabemos cuándo será el último.
Descansen en paz, pequeño soñador, su madre, su abuela y su hermana. Siempre vivirán en nuestros corazones.
Con amor y tristeza,
Tu maestro, quien llora al escribir esta historia.