por Claudia Galguera
El reciente hallazgo del Rancho Izaguirre en Teuchitlán, Jalisco, ha sacudido a la sociedad mexicana, pero especialmente a las mujeres que, ante la indiferencia de las autoridades, han dejado todo atrás para convertirse en madres buscadoras. Muchas de ellas han perdido sus empleos, su estabilidad económica y, en algunos casos, hasta sus hogares, sacrificándolo todo en la desesperada lucha por encontrar a sus hijos desaparecidos.
Este sitio, identificado como un centro de exterminio y entrenamiento del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), fue descubierto gracias a la incansable labor del colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco. Estas mujeres no solo enfrentan el dolor de la ausencia, sino que también deben lidiar con la precariedad económica derivada de su compromiso con la búsqueda. Muchas eran trabajadoras domésticas, empleadas de fábricas, comerciantes o profesionistas que, al verse obligadas a dedicar sus días a recorrer fosas clandestinas, dejaron de percibir un ingreso fijo. La falta de apoyo gubernamental no solo las condena a la incertidumbre emocional, sino también a la vulnerabilidad económica.
La búsqueda de sus hijos se convierte en un trabajo de tiempo completo, pero sin salario, sin prestaciones y sin garantías. Algunas dependen de la solidaridad de la sociedad civil, otras sobreviven con pequeños negocios informales o con la ayuda de familiares. Mientras tanto, la mayoría de ellas ve cómo se acumulan las deudas, cómo se vacían sus despensas y cómo su vida se reduce a un único propósito: encontrar a los suyos.
El hallazgo del Rancho Izaguirre confirma los peores temores de estas mujeres y expone la impunidad que permite que existan estos lugares. Sin embargo, la tragedia no termina ahí. La indiferencia oficial las obliga a asumir roles que no les corresponden: investigadoras, forenses, activistas y, en muchos casos, víctimas de amenazas y persecución por parte de los mismos grupos criminales que buscan desenterrar.
Hay un costo que pagan estas mujeres, no solo en términos emocionales, sino también económicos, pues además de soportar la angustia de la desaparición de sus seres queridos, tengan que cargar con la crisis financiera y la falta de oportunidades.
Las madres buscadoras no solo nos recuerdan el horror de la violencia en México, sino también la deuda que el país tiene con ellas. Su lucha, sostenida con amor y sacrificio, es un grito de auxilio que no podemos seguir ignorando.