El show no debe continuar así

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Pongamos todo en perspectiva // Carlos Villalobos

Antes de que esta columna existiera, antes de ocuparme de políticas públicas, aranceles, educación o ciberseguridad escribía, con ojos abiertos y oídos hambrientos, sobre la música que me gustaba, siguiendo un sueño que tuve de pequeño, de los pocos que sinceramente recuerdo, donde me encontraba en lo que parecía una redacción llena de humo de cigarro y máquinas de escribir. Recorrí escenarios bajo lluvia, sol, sudor y euforia; logré cubrir conciertos, festivales pequeños y enormes, locales e internacionales, acreditado y pagando la entrada. Me formé, en muchos sentidos, en la cultura de lo que muchos llaman “showbiz”. Por eso, lo que ocurrió en el Axe Ceremonia me duele en lo más profundo y no puedo, ni quiero, quedarme callado.

Aunque no debería tratarse de mí, no puedo evitar sentirme reflejado en lo que sucedió, ya que durante años, y todavía hoy, como Berenice Giles y Miguel Ángel Rojas, me lancé a cubrir la nota cultural sin red de protección. Sin respaldo, sin seguro, sin agua ni sombra, sin garantías, solo con la cámara al hombro, la libreta y el micrófono con el hambre de contar lo que pasa, sobre todo, compartiendo. En los escenarios donde se construyen, de verdad, las escenas.

Documentar cultura, sobre todo desde las trincheras de lo independiente, en un ecosistema donde los medios tradicionales tienen prioridad por default y donde ahora los creadores de contenido e influencers ocupan la primera fila, nos deja, literalmente, en el último eslabón de la industria musical y cultural. La cobertura crítica se volvió una nota al pie, el fotoperiodismo, una “molestia logística” y la precariedad, una constante que se normaliza en nombre del “amor al arte”.

La “festivalización” que vivimos hoy en México es una maquinaria que busca acumular estadísticas, clics, sold outs, menciones y posicionamiento de marca. Cueste lo que cueste, así, sin eufemismos y ese costo, como acabamos de ver, puede ser la vida misma. Porque cuando la lógica empresarial desborda cualquier otro valor, lo primero que se sacrifica es lo humano, el descanso, la seguridad, la hidratación, la logística, el respeto.

En alguna ocasión, platicando con un amigo que es artista independiente en mi estado, tocamos la sobremesa más repetida de mi vida:

—Carlos, es que nadie nos apoya.

Hacía demasiado calor como para responder de forma políticamente correcta, así que no pude evitar contestar, entre risas sarcásticas:

—Si a ustedes nadie los apoya, imagina a quienes escribimos de ustedes.

Nos reímos juntos y seguimos la tarde.

Pero hoy no se puede seguir la tarde, hoy, la cultura está de luto, hoy, quienes escribimos, fotografiamos, registramos, tenemos que alzar la voz. Porque lo que pasó en el Parque Bicentenario no fue un accidente, fue negligencia. Fue el resultado de una estructura, que después conoceríamos que era un espacio publicitario más disfrazado de “punto de reunión”, que ha decidido poner todo por debajo de lo más importante, la vida y la seguridad de las y los asistentes, sean público, medios, staff o talento.

Confío, deseo, exijo que todos los involucrados respondan por lo sucedido, que haya consecuencias y que haya justicia. Pero más allá de señalar, como muchos lo han hecho, tratando de colorear el asunto con sus siglas partidistas, quiero pensar que este dolor puede convertirse en impulso. Es tiempo que repensemos, reorganicemos y prioricemos lo verdaderamente importante, la vida, nuestra seguridad y sobretodo, que una acreditación o unos likes, no merecen ponernos en riesgo.

La cultura no se sostiene con hashtags ni con luminarias en redes, se sostiene con cuerpos reales. Con gente como Berenice, como Miguel, como tú y como yo.

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