Por Rodrigo Islas Brito
“Te diré lo que Dios te dio. Ha puesto una bala en ti y te ha abandonado aquí para mí. Él no siente nada por ti. No podía dar una mierda si murieras mañana. Dios te dio un hermano que no te espera. Él te dio un hermano que ni siquiera está pensando en ti en este momento. Sólo porque tú y él salieron del mismo agujero, de la misma mujer… Eso significa nada, en este momento yo soy el que está aquí y él no. Tu hermano te dejó morir. Eso es lo que la gente hace”.
En fechas de infección sentimental como las que corren cada fin de año, diálogos como el pronunciado por el inmundo Eric (Guy Pearce) a su irrisorio protege y rehén Rey (Robert Pattinson) son de esos que te arman de valor frente a un mundo de felicidad agreste en su hipocresía más descarnada.
The Rover (2014) parábola que parece haber sido ensoñada por las diatribas torales de bíblica resignación y pesimismo existencial de Cormac McCarthy (pero que en realidad fue imaginada por el prolífico actor-director-guionista Joel Edgerton y el director de la cinta, David Michod) es un viaje duro a través de un mundo de apocalipsis sostenido y perfectamente asimilado por quienes lo viven.
Michod aplica esa oscurísima fuerza motora que ya había demostrado en su anterior entrega, la obra maestra del cine gansteril, Reino Animal, en clave de buddy movie, con Eric, el trotamundos del título original a quien le roban su auto con el cadáver de su perro en la cajuela, esperando a ser enterrado.
En una carretera australiana que en sí misma funciona como perfecta alegoría del inframundo, el psicópata Eric (un Pearce con el afectado fuelle de quien está de vuelta de todo) suscitara una persecución furiosa y “madmanexca” donde el retardado Rey (un Pattinson que demuestra que además de posar sabe actuar) será arrojado sangrante a sus fauces por una pandilla criminal que no está para mirar atrás.
Michod no rehúye a la atmosfera pesada, a la incomodidad, ni a las malditas ganas de preguntarse qué hacer para sobrevivir en un mundo jodido y apestoso. Al contrario, las potencializa. Quien quiera encontrar en The Rover un entretenimiento a modo, como película de acción de personajes endurecidos pero entrañables, se va a topar con pared.
The Rover es pretenciosa hasta más allá de los límites de su propia alegoría, consistente en sus infinitas ganas de no justificar nada, pero es este esternón el que la hace única. Con balaceras estilo western de donde no sale bien librada ni la mujer amada, con reencuentros filiales de aprensiva violencia donde las balas de una escopeta recortada fungen como una excelente manera para ponerse al día.
Lóbrega, absurda, chirriante, enervante, de brutalidad pragmática y amplificada, Michod y Edgerton no han hecho está película para presumir perfección ni para complacer a nadie, más en tiempos en donde el placer parece siempre ser ya una ilusión con una bomba de tiempo activada para estallar justo cuando su placentero huésped menos se lo espere.