Más que interesante es analizar la génesis de la creciente ola de violencia en la región del Istmo de Tehuantepec. Quien tenga que morir, morirá. Nadie puede impedirlo, menos las autoridades.
El crimen organizado y el narcotráfico cuenta con amplias redes de complicidad. Militares, marinos y policías de las diversas corporaciones trabajan para ellos. No es ningún secreto.
La mafia no perdona. Y menos las traiciones, el robo de droga o el robo de dinero. Las fuerzas armadas y las corporaciones policíacas de los diversos órdenes de gobierno lo saben bien a bien.
Para nadie medianamente informado es un secreto que la delincuencia organizada ha sentado sus reales en Oaxaca todo. No única y exclusivamente en la región del Istmo de Tehuantepec.
¡Pero cuidado! Con todo lo grave y alarmante que es su existencia, el verdadero problema de fondo no es solamente el crimen organizado y el narcotráfico per se, es decir, por sí mismo.
Ciertamente, el problema es asunto de seguridad nacional. El problema real de fondo es la existencia de la narcopolítica y la narcoeconomía. No nos confundamos ni nos hagamos bolas.
Hoy sorprende y escandaliza a las hipócritas buenas conciencias que se dan baños de pureza en el sanitario, la violencia, a través de ejecuciones, particularmente en Juchitán y Salina Cruz.
Muchas de esas buenas conciencias, se han enriquecido al amparo de la delincuencia organizada. Trafican abiertamente o lavan dinero del crimen organizado y del narco.
Otros más se han esforzado por hacerse amigos, compadres, socios y cómplices de narcopolíticos y narcoempresarios. Entonces, no se rasguen las vestiduras y culpen a la maña.
No se trata de jugar el papel oficioso de abogado del diablo de la delincuencia organizada. Mucho menos de hacer apología del delito. Dios guarde la hora de semejante atrevimiento.
El crimen organizado y el narcotráfico tienen garantizada total impunidad. Indispensable es, sin embargo, contextualizar la realidad para no llamarnos a engaño o dejarnos sorprender.
Verdaderamente interesante es hurgar e identificar la mano negra que mece la cuna de la violencia en el Istmo. Empecemos por preguntar por qué ocurre en víspera de las elecciones.
Al mejor estilo de las novelas policíacas clásicas preguntemos, a quién beneficia el crimen. Arroja luces el hecho que interesadamente se pretenda culpar al PRI y a sus candidatos.
¿Quién y por qué endereza las amenazas y ataques contra dirigentes políticos militantes o simpatizantes del PRI en pleno proceso electoral? En política nada es casual y sí causal.
¿Por qué hasta ahora los supuestos o reales enemigos de dichos dirigentes políticos priistas se dieron cuenta y hacen pública su presunta o real complicidad con la delincuencia organizada?
Hay un dato que hasta ha pasado desapercibido a la mayoría de los analistas políticos. Se ha empezado a deslizar que por la violencia podrían suspenderse las elecciones. ¡Qué tal, eh!
Salvo cada vez menos honrosas excepciones la fortunas de las más distinguidas familias istmeñas tienen su origen o crecimiento exponencial en el crimen organizado y el narcotráfico.
Cuántas de estas honestas y honorables familias esconden esqueletos de crímenes diversos en sus clósets. Sus nombres son conocidos de todos. Van a misa y comulgan los domingos.
Algunos de sus antepasados o descendientes han sido detenidos y liberados por sus complicidades con los gobernantes en turno el poder. Entonces, cosechan lo que han sembrado.
¡Por favor, no pongan el grito en el Cielo y culpen a la delincuencia organizada de la violencia! Estas familias han incubado el huevo de la serpiente. Forman parte de la mafia de cuello blanco.
La violencia, pues, es añeja, de vieja data. Claro, ahora sorprende porque afecta los intereses económicos creados. Pone en grave riesgo, sobre todo, a los políticos y funcionarios públicos.
No obstante, éstos ocultan mañosamente que muchos de ellos son cómplices del crimen organizado y del narcotráfico. Pero lo peor, han traicionado a la delincuencia organizada.
Enloquecidos por la soberbia el poder y la obtención del dinero fácil olvidan que la mafia no perdona las traiciones. Tampoco tiene prisa en ajustar cuentas. El tiempo juega a su favor.
En su lenguaje cifrado, antes de matar al perro buscan enloquecerle. Precisamente por eso, siembran el terror con mensajes amenazantes, mediante la colocación de narcomantas.
Los verdaderos delincuentes organizados saben mejor que nadie que la venganza es un platillo que se come frío para desmenuzarlo y degustarlo sin prisas. Suave y lentamente, como el amor.
Para nadie es un secreto en la región del Istmo de Tehuantepec que taxistas y mototaxistas son los principales distribuidores de droga. No son la excepción, desde luego, así es en todo Oaxaca.
Sería altamente positivo y saludable a la gateante democracia mexicana que la Unidad de Inteligencia Financiera del SAT investigara el origen del dinero en las campañas en Oaxaca.
Los topes de campaña ingenuamente establecidos por el INE han sido rebasados con mucho. Hay, además, candidatos que llevan en campaña muchos años o tienen apoyo gubernamental.
Si el presidente Enrique Peña Nieto puso quietos a los capos de la mafia de la Sección XXII de la CNTE pegándoles en la bolsa, por qué no repite la receta a los partidos y sus candidatos.
Por otro lado, al igual que en el resto de Oaxaca y de México los supuestos revolucionarios, progresistas y demócratas fueron cooptados y prostituidos. No hay líderes pobres en el Istmo.
@efektoaguila