José Murat.
Ciudad de México. Las declaraciones subsecuentes a su triunfo como presidente de la hasta ahora mayor potencia económica global no hacen más que confirmar que Donald Trump es un peligro para el mundo. Atemperar la gravedad de su amenaza no es más que retrasar o diluir la necesidad de una respuesta contundente para acotar los daños y salir lo mejor librados de lo que se anuncia como una oscura y regresiva etapa en la historia mundial, el mayor desafío contra las democracias liberales y el equilibrio internacional desde los tiempos de Adolfo Hitler.
Decir que el gobernante no tendrá nada que ver con el candidato, o que las declaraciones de campaña son unas y las políticas públicas serán otras, es perder un valioso tiempo para tomar medidas de fondo que incluyan, por supuesto, pero que vayan más allá de la sola asesoría legal a nuestros connacionales indocumentados.
Tampoco ayuda decir, y menos aun asumir, que lo que era un huracán devastador ahora es sólo un viento fuerte que incluso puede aprovecharse en nuestro favor. Desestimar la magnitud de la amenaza es perder desde ahora la batalla por la defensa de los mexicanos de allá y los mexicanos de acá, los que viven de los empleos creados al amparo de las reglas de un libre comercio internacional, que al menos en los sectores manufacturero y de servicios ha sido fructífero y rentable.
Hay que prepararse en todos los terrenos. El triunfo de Trump y su estela oscurantista es el regreso a un tribalismo nacionalista, que llama a cerrar las puertas de la economía de nuestro principal socio comercial a los productos y servicios del exterior, sobre todo a la mano de obra inmigrante que la ha sostenido y fortalecido por décadas. Un regreso al pasado, cuya primera víctima será la propia economía, y la sociedad en consecuencia, estadunidense.
Es una amenaza que ya ha tenido resultados inmediatos y concretos, antes incluso de que tome posesión del gobierno, con la caída de las principales bolsas de valores del mundo, la devaluación de las monedas de los mercados emergentes como México, la revisión a la baja de las previsiones de crecimiento en todas partes, economías industrializadas y economías en proceso de desarrollo, y los anuncios oficiales de cancelación de negociaciones para firmar importantes acuerdos internacionales de libre comercio en todos los puntos cardinales.
No sólo está en riesgo el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, que agrupa y potencia a las economías de Estados Unidos, México y Canadá, y que si bien reportó para nuestro país en 2015 un superávit comercial frente al vecino del norte de 50 mil millones de dólares, para la economía estadunidense significó una exportación de bienes y servicios a nuestro país por más de 236 mil millones de dólares.
También ha sido afectado el Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica (TPP, por sus siglas en inglés), impulsado precisamente por Estados Unidos en respuesta al creciente peso económico y político de China, que nació en 2005 como acuerdo suscrito entre Brunéi, Chile, Nueva Zelanda y Singapur. Ahora que estaba en vías de reunir a 12 países, incluyendo México, abarcaría 40 por ciento de la economía mundial. Ya no podrá ser así, porque el Congreso estadunidense ha suspendido el proceso de ratificación ante el umbral de una administración abiertamente hostil a ese tratado.
Otro damnificado es el Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP), un acuerdo comercial entre la Unión Europea y Estados Unidos, que pretende equiparar las normas de ambos bloques económicos para dar más mercado y competitividad a sus productos. La propia canciller alemana, Angela Merkel, ha declarado que ante las nuevas condiciones económicas anunciadas por el presidente electo Donald Trump, las negociaciones de esa alianza quedan suspendidas.
Esa misma suerte correrán otros instrumentos de libre comercio, al calor de una ola conservadora que pretende cerrar las economías para defender a sus connacionales, lo que a mediano y largo plazos hará perder a todos, según los expertos y aun quienes con visión global no son especialistas en la materia.
El Brexit, en el que el voto por el pasado tuvo más peso que el voto por el futuro, que hizo colapsar los mercados financieros de la Gran Bretaña y en un primer momento sacudió los mercados mundiales, se inscribió en esta misma tendencia de avance hacia la derecha y de retroceso para el mundo.
Aunque de naturaleza distinta, el voto contra la paz en Colombia tiene también algunos visos de intolerancia y conservadurismo que no hay que desdeñar en un análisis sereno.
Ante el fenómeno Trump, el Brexit y el avance de la derecha en el mundo, la pregunta obligada ahora es qué ocurrirá con movimientos de extrema tendencia como el de Le Pen en Francia y el propio Ku Klux Klan en Estados Unidos, ahora que la xenofobia, la intolerancia racial, la misoginia y la discriminación de las minorías en general están adquiriendo cabal ciudadanía en la que fue capital de las libertades públicas, la democracia liberal y la defensa de los derechos civiles.
Obliga a preguntar también qué ocurrirá con los conflictos en Medio Oriente y en otros lugares, donde una política de contención y diálogo será suplida por una política exterior estadunidense agresiva, buscando la restauración de una grandeza por caminos más que cuestionados.
Obliga a preguntar lo que ocurrirá con la economía mundial, si lo que hoy es una desaceleración se convierte en una recesión y una crisis mundial, sin vencedores, pues todas las economías nacionales sufrirían el costo del regreso a un tribalismo trasnochado e inviable.
En lo que respecta a México, hay que comenzar por reconocer el tamaño del desafío. Subestimar el reto es comenzar perdiendo en el diseño y la ejecución de la nueva política exterior ante nuestros principales socios comerciales y aliados estratégicos.
* Ex gobernador de Oaxaca