Por El Economista
Santiago de Cuba, Cuba.- Las cenizas del líder cubano Fidel Castro fueron inhumadas el domingo en la ciudad de Santiago de Cuba, desde donde lanzó la revolución que lo convirtió en un personaje legendario de la izquierda latinoamericana, el acto final de una caravana cargada de emociones a través del país que gobernó por casi medio siglo.
Después de nueve días de duelo, las cenizas de Castro, que murió el 25 de noviembre a los 90 años de edad, descansarán en el cementerio de Santa Ifigenia cerca de los restos del héroe independentista José Martí y de otros próceres y mártires que fueron su inspiración.
La ceremonia de inhumación fue privada y familiar, sólo con la presencia de algunos invitados especiales. Sus cenizas fueron depositadas por su hermano menor, el presidente Raúl Castro, dentro de una gigantesca roca redonda y selladas con una placa de mármol negro y verde oscuro que simplemente reza FIDEL.
Poco después, el mandatario rindió homenaje con un saludo militar flanqueado por una guardia de honor, según fotos difundidas por la prensa estatal.
Cientos de cubanos se reunieron en la plaza principal de Santiago para despedirse del líder comunista, que logró un sistema universal de educación y salud para su pueblo pero fue criticado por gobernar con un sistema de partido único y encarcelar a opositores.
“No tengo palabras para describir a Fidel. Es un hombre inmortal, con principios y valores. Todo lo que soy y lo que tengo se lo debo a él”, dijo Fátima Morales, una empleada estatal de 48 años, con la voz entrecortada en Santiago de Cuba una vez que el cortejo salió de la plaza hacia el cementerio.
“Siendo mujer, negra y pobre, pude estudiar gratis. En otro país hubiera tenido que pagar”, agregó.
En La Habana, sobre el mar Caribe, resonó una salva de 21 cañonazos en honor a Castro cuando el sol apenas había asomado.
La ceremonia se llevó a cabo bajo un sol abrasador y un cielo de un azul intenso en el cementerio, protegido en parte por la sombra de las palmeras y enmarcado por la Sierra Maestra, desde donde los rebeldes de Castro emergieron para derrocar a Fulgencio Batista en 1959.
Una gran bandera cubana pendía a media asta en el cementerio.
La tumba de Castro quedaba empequeñecida por el imponente y cercano mausoleo de Martí y estaba sólo a unos pasos de un monumento a los rebeldes de Castro que murieron peleando en el fallido ataque al Cuartel Moncada en Santiago, de acuerdo con un testigo de Reuters que estuvo en el cementerio tras el servicio.
El socialismo sigue
La Cuba que dejó el ex guerrillero lucha ahora por modernizar la economía que fue modelada al estilo soviético y sufre de ineficiencias. El gobierno ha responsabilizado del mal estado de la economía al embargo que Estados Unidos mantiene sobre Cuba desde inicios de la revolución, y que impone duras sanciones a quienes hagan negocios con la isla.
Raúl Castro recompuso las relaciones con Washington el año pasado en un histórico acuerdo con el presidente Barack Obama. Pero hoy reina la incertidumbre sobre la continuidad del proceso con el mandatario electo Donald Trump.
Cuando se enteró de la muerte de Castro, Trump lo llamó “brutal dictador” y amenazó con echar por tierra el acercamiento iniciado por Obama si no hay cambios políticos en la isla.
Con la ceremonia en Santa Ifigenia terminó el luto decretado por el gobierno, durante el cual el líder revolucionario fue homenajeado en La Habana y en distintos puntos del recorrido de 1,000 kilómetros de sus cenizas hacia Santiago de Cuba, un simbólico camino en sentido inverso a la caravana triunfal de la revolución en enero de 1959.
Millones de personas a lo largo de los pueblos y ciudades que atravesó el cortejo fúnebre lo despidieron con lágrimas, agitando banderas de Cuba, mensajes pintados en sus rostros y coreando “¡Yo soy Fidel!”
La noche del sábado, Raúl Castro dirigió un mensaje a la multitud donde agradeció a la población sus condolencias y reafirmó la continuidad de la revolución socialista instaurada por su hermano, ante la mirada de los presidentes de Venezuela, Nicolás Maduro, de Bolivia, Evo Morales y los ex mandatarios brasileños Dilma Rousseff y Luiz Inácio Lula da Silva. También estaba el ex astro de fútbol Diego Maradona.
“Sí se podrá superar cualquier obstáculo, turbulencia o amenaza en construir el socialismo en Cuba o, lo que es lo mismo, garantizar la independencia y la soberanía de la patria”, dijo Castro en el acto, en una clara alusión a Estados Unidos.
Además informó que propondrá una ley para que el nombre de su hermano no sea colocado en lugares públicos ni se erijan monumentos con su figura, como era su voluntad. La imagen de su compañero de lucha, el mítico Ernesto “Che” Guevara, ha sido explotada comercialmente dentro y fuera de Cuba.
Dictador de sí mismo
Castro inspiró un movimientos de insurrección a lo largo de América Latina y el mundo en diferentes etapas de su vida. Nunca abandonó su retórica política severa ni siquiera siendo un anciano, cuando ya había dejado de usar su tradicional uniforme verde olivo y solía aparecer con indumentaria deportiva.
“Yo sí admito que soy un dictador, soy un dictador de mí mismo, esclavo del pueblo, es lo que soy”, dijo en 2003 en una entrevista con el director de cine estadounidense Oliver Stone.
Desde Santiago de Cuba, Castro y su grupo de guerrilleros barbudos lanzaron en 1953 el fallido asalto al Cuartel Moncada, que marcó el inició de la revolución que coronó seis años más tarde con el derrocamiento de Batista.
Allí pronunció la famosa frase “La historia me absolverá”, en su defensa ante el tribunal que lo juzgaba por el asalto al cuartel y que duró varias horas, un anticipo de lo que serían sus maratónicos discursos como gobernante.