El País.
Ciudad de México. En los poco más de 24 meses que Manuel Tolentino (40 años) lleva trabajando en tortilla.com, una tortillería de lo más tradicional pese a haber elegido un nombre acorde con los tiempos, los precios de los ingredientes e insumos no han dejado de subir. El gas LP, necesario para la elaboración de las tortillas, se ha disparado casi un 30% en solo un año. Y la harina nixtamalizada y la masa de maíz, que utiliza a partes iguales en el proceso de producción, han subido “más de un 30%” desde enero del año pasado. Para paliar el impacto, el dueño se ha visto forzado a aumentar el precio del kilo de tortillas de 12 a 14 pesos (de 60 a 70 centavos de dólar, al tipo de cambio actual) y las ventas han bajado en consecuencia: un 20% en apenas un año. “La gente sigue comprando, porque es un producto necesario. Pero en vez de comprar varios kilos, compra solo para lo que le da el dinero”, añade Tolentino haciendo un esfuerzo para hacerse oír entre el ruido ensordecedor de las máquinas que trabajan a pleno rendimiento.
El caso del negocio en el que Tolentino está empleado, en el corazón de la delegación Cuauhtémoc (Ciudad de México), no es ni mucho menos único. Entre el 30 de diciembre de 2016 y el pasado sábado, el precio medio de las tortillas en México pasó de 12,8 pesos (65 centavos de dólar) a algo más de 14. Y la tendencia no tiene visos de quedarse ahí: para este año, la Unión Nacional de Industriales de Molinos y Tortillerías, que representa a 80.000 negocios del sector repartidos por todo el país, pronostica un incremento de entre el 10% y el 20% en el precio medio de venta al público de las tortillas. La previsión, matiza el presidente de la patronal, Lorenzo Mejía, en declaraciones a EL PAÍS, está sujeta a la fluctuación de los precios del maíz en la Bolsa de Chicago y refleja, sobre todo, el incremento en el coste de los productos energéticos.
“Hace un año, las tortillerías mexicanas pagaban 8,6 pesos por el litro de gas LP; ahora, 10,8. Es una bestialidad y tenemos forzosamente que reflejar ese incremento de los energéticos, también electricidad y gasolina, al precio final de venta”, apunta Mejía. Hasta ahora, dice, quienes regentan estos negocios habían tratado de absorber buena parte del aumento de costes “a costa de descapitalizarse”. Hoy, por el contrario, la disyuntiva es radical: “O trasladamos los costes más altos a los precios o se cierra la tortillería”. A esta situación crítica ha contribuido, agrega Mejía, la reciente eliminación de dos subsidios federales -Promasa y Mi Tortilla- que contribuían a mantener los precios de venta al público en niveles bajos. “La eliminación de este tipo de ayudas atenta directamente contra la economía familiar”. Un golpe en la línea de flotación de los presupuestos más ajustados. El Gobierno, sin embargo, niega la mayor: “En este momento, el aumento es injustificado [tras los incrementos en 2017]; no vemos las condiciones de mercado para que esto suceda”, apunta José Rogelio Garza, subsecretario de Industria y Comercio.
México y tortilla son sinónimos perfectos. El maíz, en todas sus variantes pero sobre todo en esta preparación de origen precolombino, forma parte esencial de la gastronomía del país norteamericano y es parte indispensable en la mayoría de platillos: tacos, quesadillas, enchiladas, huaraches y flautas, entre muchos otros. Su encarecimiento impacta, por tanto, en el bolsillo de prácticamente todos y cada uno de los casi 130 millones de mexicanos. Pero la fuerza del golpe es inversamente proporcional a la renta disponible de cada familia: las más afectadas serán las de extracción más humilde, que también son las que se han llevado la peor parte del reciente repunte de la inflación.
“El incremento, de hasta un 20% en el precio de las tortillas, va a suponer una disminución importante en el consumo de este alimento”, apunta José Nabor Cruz Marcelo, profesor de Economía Aplicada la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). “Pero no me quedaría solo con el aumento de las tortillas: las perspectivas son de incremento de precios en gasolina y gas LP [el que se utiliza en la mayoría de cocinas mexicanas], ambos componentes básicos en el gasto de las familias. Es un ciclo muy negativo”.
En 2017, la vida en México se ha encarecido más de un 6%, por encima del aumento medio de los salarios. Aunque la preocupación por el incremento de los precios hay que ponerla en contexto histórico -la segunda mayor economía de América Latina ha vivido, hace no tanto, periodos en los que los precios repuntaban a doble y triple dígito de un año para otro-, el incremento de los elementos más básicos de la canasta de consumo ha sido una constante en el último año: el tomate, la cebolla y el aguacate han subido con fuerza en todo el país, y la carne de res (ternera) no ha ido a la zaga. Buena parte del aumento de precios tiene que ver con el debilitamiento del peso frente al dólar tras la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos -por mucho el primer socio comercial de México-, que ha causado una súbita carestía en el precio de los productos del campo y los bienes industriales importados a medida que la moneda nacional perdía fuelle. “El de la tortilla no será, ni mucho menos, el único incremento en 2018”, cierra Cruz Marcelo. “Sobre todo si la presión del tipo de cambio permanece”.