Críticos de Dos Bocas soslayan dependencia externa del país en combustibles

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Ciudad de México. La decisión gubernamental de construir una nueva refinería en Dos Bocas, Tabasco, ha generado una ola de críticas sobre su pertinencia o no, debido, según dicen, a que ese tipo de instalaciones petroleras no son negocio, amén de que, insisten, la tendencia mundial es no crear más, sino ampliar y modernizar las existentes.

Parece que los críticos del citado proyecto dejaron afuera la historia petrolera del país, porque México nunca tuvo menos refinerías que ahora ni fue tan dependiente de la importación de combustibles como a estas alturas, amén de que las ampliaciones y modernizaciones de las existentes han sido un barril sin fondo que no ha evitado que esas terminales trabajen, si bien va, a 40 por ciento, en promedio, de sus respectivas capacidades instaladas, el menor nivel de los pasados 25 años.

Hoy, México sólo tiene seis refinerías (las dos más jóvenes fueron inauguradas en 1979, es decir, 40 años atrás, eternamente reconfiguradas y modernizadas), cuando antes de la expropiación cardenista de 1938 contaba con 15 y una en proceso, la de Poza Rica (clausurada en 1991 por el gobierno salinista, junto con la de Azcapotzalco), cuya construcción comenzó en 1933 la compañía extranjera El Águila, y concluyó y puso en operación, en 1940, Petróleos Mexicanos.

Esas 15 refinerías –y otra en proceso– eran propiedad de las petroleras extranjeras que hasta marzo de 1938 operaron en México. Al respecto, Petróleos Mexicanos (Pemex) detalla que “entre 1869 y 1896 compañías estadunidenses comenzaron a explotar las reservas de crudo mexicanas con la construcción de las refinerías El Águila y La Constancia, en Veracruz, y dos más de la empresa Waters Pierce Oil, en Tamaulipas.

“Para 1923 México contaba con 14 refinerías (en 1933 se suma la construcción de la planta en Poza Rica), siendo la de Mata Redonda, Veracruz, la más grande del país, con una capacidad de 133 mil barriles diarios; esta refinería veracruzana fue inaugurada en junio de 1915 por La Huasteca Petroleum Company.

El auge en la explotación del oro negro se debió a que las compañías petroleras (todas extranjeras) comenzaron a expandirse por los estados de San Luis Potosí, Tamaulipas y Veracruz a principios del siglo XX. Nueve años después se inauguró el oleoducto Tampico-Azcapotzalco, con una longitud de 500 kilómetros, recorriendo prácticamente la mitad del territorio nacional a lo largo.

El 15 de julio de 1914 se inauguró la refinería Doña Cecilia, propiedad de El Águila. Su producción alcanzó 20 mil barriles diarios. Posteriormente cambió su nombre a refinería Ciudad Madero y más adelante la rebautizaron como Francisco I. Madero, nombre que a la fecha conserva.

Ciento cuatro años después de comenzar su operación, al cierre del sexenio de Enrique Peña Nieto, esa terminal producía 26 mil barriles por día, apenas 6 mil más que en 1914. La Francisco I. Madero oficialmente tiene una capacidad de producción de 190 mil barriles por día, pero en los hechos genera 14 por ciento de ese monto, por mucho que ha sido reconfigurada y modernizada en varias ocasiones.

Con la expropiación cardenista de 1938, México debió superar una complicadísima situación: las empresas extranjeras afectadas se llevaron o destrozaron hasta el último tornillo de la infraestructura petrolera, y Pemex, junto con sus trabajadores, debió superar la circunstancia prácticamente con las uñas, pero con enormes dosis de creatividad, lo que permitió la construcción de la nueva industria nacional.

Tras la decisión cardenista, ¿quiénes construyeron la infraestructura petrolera del país? Fundamentalmente los trabajadores mexicanos, con sus técnicos y profesionistas. Para algunas plantas, Pemex requirió asesoría foránea, pero lo demás fue hecho en casa.

Entonces, desde marzo de 1938 Pemex operó seis refinerías: Minatitlán, Ciudad Madero, Azcapotzalco, Árbol Grande, Mata Redonda y Bellavista, y en 1940 puso en operación la de Poza Rica, símbolo de la creatividad, dedicación y entereza de los trabajadores petroleros (en 1952 se inauguraron las nuevas instalaciones de esta terminal productiva, que en 1991 cerró el gobierno salinista).

A partir de ahí Pemex inauguró (1946) las refinerías de Azcapotzalco (1946), Salamanca, Guanajuato y la ampliación de Mata Redonda, Veracruz (1950), las nuevas instalaciones en Minatitlán, Veracruz (1956); en 1960 y 1961 dejan de operar, respectivamente, Mata Redonda y Árbol Grande, Tamaulipas; Tula, Hidalgo (1976), y Cadereyta, Nuevo León, y Salinas Cruz, Oaxaca (1979).

Y se acabó: llegaron los gobiernos neoliberales y desde entonces, con el pretexto de que construir refinerías en el país no es negocio, México se convirtió en importador neto de combustibles y a últimas fechas de petróleo crudo (algo no registrado desde 1974), con un creciente costo y no sólo económico. Eso sí, en 1993 el gobierno de Carlos Salinas invirtió una millonaria cantidad en la refinería Deer Park, en Houston, Texas, para la adquisición de 50 por ciento de esa planta (la otra mitad es propiedad de la trasnacional Shell); para 2011 ya era socio minoritario y nunca se vio el beneficio.

Oficialmente, la actual capacidad instalada del Sistema Nacional de Refinación es de un millón 700 mil barriles diarios, pero en el mejor de los casos no pasa de 680 mil. La diferencia se importa –de Estados Unidos, principalmente– porque, dicen, no es negocio ampliar la infraestructura.

En sus considerandos, los críticos de Dos Bocas ni por aproximación incluyen el progresivo costo que paga el país por la voluminosa importación de combustibles y la creciente dependencia energética. En los seis gobiernos neoliberales, México erogó alrededor de 200 mil millones de dólares sólo para adquirir gasolina en el exterior y los consumidores la pagan a precios históricos.

Dicho monto se incrementa a cerca de 250 mil millones de dólares si se suma la importación de diésel, gas y otros combustibles, monto más que suficiente para construir dos decenas de refinerías. De ese gasto, 95 por ciento se registró en tres sexenios modernizadores: Fox, Calderón y Peña Nieto, los dos primeros con ingresos petroleros históricos.

A partir de 1989, con Carlos Salinas en Los Pinos, México comenzó a importar gasolina y otros combustibles de forma creciente y sostenida, y de ese año a la fecha el valor de dichas importaciones se incrementó 7 mil 700 por ciento, al pasar de 268 millones de dólares a cerca de 20 mil millones en 2018. Y en 1991 el gobierno salinista clausuró dos refinerías y el país se quedó con sólo seis plantas productivas.

Pero dicen que las refinerías no son negocio (que lo digan las empresas foráneas que venden combustible a México).

La Jornada