“Es bueno que conozcan nuestros bordados, pero es mejor que nos paguen por ellos”

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El País

Ciudad de México. La marca de alta costura Carolina Herrera presentó su nueva colección, Resort 2020, inspirada en la “alegría de vivir de América Latina” y cuyos diseños se enfocan en varios ejemplos de la artesanía textil de México: el sarape de Saltillo, los bordados de animales de Tenango de Doria en Hidalgo y las flores de los huipiles de las mujeres del Itsmo de Tehuantepec, en Oaxaca.

El Gobierno de Andrés Manuel López Obrador acusó a Carolina Herrera y a Wes Gordon, director creativo de la marca, de la apropiación cultural de diseños y elementos identitarios de los pueblos originarios de México. Por su parte, desde la casa de modas respondieron que se trataba de un “homenaje a la riqueza de la cultura mexicana”.

“La presencia de México es indiscutible en esta colección, es algo que salta a la vista y que quise dejar latente como una muestra de mi amor por este país y por el trabajo tan increíble que he visto hacer allí”, dijo el nuevo director creativo.

El trabajo del que habla Gordon, podría haber salido de las manos de Rosita López, una mujer zapoteca de 58 años originaria de Juchitán, Oaxaca, que aprendió a bordar huipiles desde los nueve. O podría tratarse del trabajo de Faustina José Modesto, originaria de la región de Tenango de Doria en Hidalgo, quien dibuja y borda con maestría desde hace 40 años pájaros, venados, gallos y flores a punto de escaparse de la tela y estallar en mil colores.

Uno de los vestidos estrella de la colección de la diseñadora venezolana recuerda a los sarapes de lana que elabora David López, artesano de Saltillo, Coahuila. Tonos azules, naranjas y verdes que reflejan los amaneceres y atardeceres del desierto en el norte de México.

En Verne hablamos con algunos artesanos textiles sobre su trabajo y lo que representa, después del penúltimo caso de apropiación cultural.

“Es bueno que conozcan nuestros bordados, pero es mejor que nos paguen por ellos”. Habla Rosita López. Esta artesana de oaxaqueña dice que la vestimenta tradicional de la mujer tehuana es “más que moda, más que un souvenir”. López cuenta que un traje así, en terciopelo, puede tardar en realizarse a mano de 6 a 8 meses por el detalle que requiere y cuesta unos 25.000 pesos (1.300 dólares).

“Hay que elaborarlo con mucho amor y tiene que ver tu estado de ánimo. Si estás triste no te sale el bordado, pues”, explica la mujer zapoteca. “Es entregado, cansado y mal pagado”, añade, por eso considera que el Gobierno debería hacer más por proteger el patrimonio cultural de los pueblos indígenas y legislar para que no se puedan copiar los diseños.

Faustina José Modesto, dibujante y bordadora de la comunidad de San Nicolás en Tenango de Doria, cuenta que cada día se sienta frente al lienzo blanco de la tela de algodón y da rienda suelta a su imaginación. De la cabeza le brotan aves, flores y todo tipo de animales multicolores. “Los tenangos tienen que ver con la flora y la fauna, cada bordado es diferente porque depende de cada artesano y lo que quiera plasmar”, explica desde su casa en Hidalgo.

“Nosotros vivimos al día. Si copian nuestra artesanía, perdemos nuestro trabajo. Muchos hombres de las comunidades han tenido que migrar a Estados Unidos porque no tenemos un sueldo fijo”, dice la mujer. “En bordar una camisa se tarda de tres días a una semana y como te regatean no la solemos vender por más de 600 pesos (30 dólares)”, agrega.

Rosita López también coincide en que la gente le rebaja el precio de sus huipiles porque no comprende lo que esta prenda significa. “Nosotras las mujeres y muxes zapotecas formamos parte de ello. Somos como las flores que bordamos: rosas, alcatraces, claveles, amapolas y tulipanes. El huipil es mi segunda piel, mi herencia, el amor de mi madre, mi identidad”, comenta a Verne.

David López, de 29 años, lleva siete aprendiendo a manejar el telar de pedal con el que hace sarapes en Saltillo. “Los jóvenes tenemos que seguir con los métodos artesanales para que no se pierda la tradición y se acabe haciendo todo de manera industrial”, explica vía telefónica. “Hacer un sarape se lleva nuestra alma y hasta nuestra sangre, porque muchas veces te machucas los dedos con el telar”, narra el joven artesano de Coahuila.

A David López no le molesta que Carolina Herrera haya tomado los colores de los sarapes pero dice que deberían de haber mencionado a los creadores de esta prenda con más de 300 años de historia. “Se están lucrando con algo que hace alguien más sin que recibamos ninguna ganancia”, dice el artesano que gana 8.000 pesos al mes (400 dólares).

No es la primera vez que una marca retoma los diseños de los pueblos indígenas de México y vende la idea sin que una parte del beneficio llegue a las comunidades. Ya sucedió con el gigante textil Inditex y su marca Zara, Mango, con la diseñadora francesa Isabel Marant, la empresa Nestlé o con la exclusiva firma mexicana de ropa, Pineda Covalín.

Héctor Manuel Meneses, director del Museo textil de Oaxaca, considera que es necesario hablar del patrimonio inmaterial y conocimientos tradicionales y colectivos, no solo de artesanía. “Este es un caso más de uso indebido de patrimonio cultural con fines comerciales; patrimonio que pertenece a distintos pueblos”, puntualiza a través de correo electrónico.

“Si fuera un homenaje, la persona homenajeada es la que recibe directamente un beneficio. Suena a que el argumento de “inspiración”/”homenaje” ocurrió después de que comenzaran a circular los comentarios en redes sociales”, explica Meneses, quien agrega: “Es deprimente pensar que cuando la gente vea un tenango bordado por las mujeres otomíes, diga: ‘Mira, como lo de Carolina Herrera’, en vez de que sea al revés”.