El incómodo –y obligatoriamente necesario– feminismo radical

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Alex Hernández

Iniciaré estas líneas con una declaración que podría parecer machista: Me incomoda el feminismo. Es necesario mencionar que no cualquier feminismo, sino aquel radical, violento, el iracundo, el vehemente; aquel que destroza cosas, raya paredes y grita consignas retorcidas como: “Les vamos a cortar e pit…”.

Desde este momento voy a aclarar que escribo desde la frontera de la ignorancia, soy nesciente de la teoría y la práctica que provoca ese enardecido coraje a más de una. Descrito ya, proseguiré.

Soy partícipe de la idea de que la violencia solo genera más violencia. Detesto ver desmanes y vandalismo que desde mi óptica lo catalogo innecesario. Sin embargo, la pregunta surge ¿Qué sería del movimiento feminista pidiendo las cosas por favor y con un tono suavizado por la sumisión?

Los grandes cambios sociales requieren de radicalismo, de captar la atención global, convertirse en tendencia. No imagino a Pierre-Agustin Hulin, héroe de la Revolución Francesa, tocando sutilmente la puerta de la Bastilla para poder ser tomada.

La demostración de un flanco que demuestre el músculo del movimiento es absolutamente obligada. Mientras hay feministas ganando batallas en los parlamentos, en los tribunales y hasta en la escena del espectáculo, hay otras que se ganan el desagrado de muchos haciendo disturbios y demostrando que no hay “sexo débil” y que esto va muy en serio.

Podemos creer que las formas no son nada razonables, que los actos son totalmente intransigentes, sin embargo, ante instituciones que han fallado durante décadas en salvaguardar la integridad de miles de mujeres ¿Qué tan pasivas deberían ser las acciones?

Repito, discrepo totalmente en la ola de violencia y caos generado, pero si la próxima víctima fuera mi madre, mi novia o mi hermana, el desorden creado hasta ahora se quedaría corto ante la sed de justicia y búsqueda de soluciones que hasta el momento las autoridades no pueden –y pareciera no importarles– encontrar. 

Durante el camino encontraremos féminas incongruentes, mujeres sin argumentos, feministas contradiciendo sus propios ideales, pero como bien lo dice la periodista y feminista Marion Reimers: “No nos hace mejores que los demás. Las mujeres también somos violentas, y matamos, y mentimos, y manipulamos (…) Lo único que estamos pidiendo es que se nos den las mismas oportunidades, para hacerlo bien o para hacer las mismas chingaderas que llevan ustedes haciendo más de mil años”. Es conocido que el extremismo radica en un sinnúmero de ámbitos: la religión, la política o hasta el mismo futbol; aunque nunca sanos, siempre son inevitables. 

Pero el feminismo tiene que lidiar no solo con el sistema, sino contra las consecuencias de sus propios actos. Habrá, como en todo, opositores e inconformes con su accionar, figuras que traicionan al mismo movimiento, discursos que contradigan sus propios principios y una gran cantidad de personas que no comprenderemos la magnitud de su actuar, pero mientras se consiga la visibilidad, tal vez todo esto sea un malestar necesario.

Mientras tanto, yo seguiré sintiéndome incómodo con sus formas de manifestarse, pero mañana seguramente el tiempo les dé la razón y la historia se los agradezca.