En Oaxaca, visten a la muerte con plata; realizan orfebrería Mixteca

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Excelsior

Una ofrenda mortuoria elaborada mil años antes, provista de anillos, máscaras, pulseras, pendientes y, en la parte central, un pectoral del Dios de la Muerte elaborado en oro, fueron algunas de las piezas encontradas en la Tumba 7 de Monte Albán, en Oaxaca, descubierta por el arqueólogo  Alfonso Caso en 1932.

Existen pruebas de que esa exquisita joyería fue elaborada por orfebres mixtecos, conocedores de los metales preciosos, con una calidad artística que hoy en día es difícil de igualar.

En Oaxaca, el oficio de orfebre se niega  morir porque ha sabido preservar la calidad y la belleza de la técnica en cera perdida y filigrana por la que siempre se le ha conocido, y  cuya cima se tiene en la ofrenda de la Tumba 7.

Las técnicas de la plata, oro o tierra a la cera perdida junto con la filigrana son las técnicas milenarias más usadas al crear alhajas que, sin perder originalidad de los diseños, se innovaron  para responder a los deseos de los nuevos públicos y del turismo”, comentó Alejandra Pacheco, artesana de la orfebrería.

Alejandra, así como sus siete hermanos, aprendió el oficio por herencia directa de su padre, don Manuel Pacheco Paz, quien destacó por su obra de gran formato y por la gran calidad en sus acabados, influido en las ofrendas encontradas por el arqueólogo Antonio Caso, su esposa María Lombardo y sus colabores.

Mi papá dedicó hasta los últimos días de su vida a fraguar el metal para crear collares, pendientes, anillos, diademas con técnicas  de repujado, calado, cera perdida, con incrustaciones de jade, perlas, amatista, ámbar, entre otras ”, refiere.

Apenas una decena de talleres familiares quedan en la ciudad de Oaxaca y sólo unos pocos en la región del Istmo de Tehuantepec, Costa y Mixteca.

Ellos son depositarios de la calidad y la belleza de la orfebrería mixteca, no para fines rituales (como lo hicieron las culturas mesoamericanas), sino dedicadas al goce estético y accesorio indispensable en los huipiles regionales de las oaxaqueñas.

Su hermano, Manuel, usa las herramientas inventadas por su padre –en 1940– para el procedimiento de la técnica de la cera perdida que consiste en el moldeado con cera de abeja y después se cubre con una masa de cemento. Una vez solidificado se somete a distintas temperaturas, centrifugado y se inyecta el metal fundido.

Hoy en día, los talleres de los orfebres oaxaqueños son una extensión de la vivienda familiar donde el tiempo se estacionó en las herramientas rústicas, adaptadas de otros utensilios.

Manuel y Alejandra reconocen que hay otros maestros orfebres que dominan a la perfección muchas técnicas tradicionales y que han desistido de la actividad por falta de ingresos.

Dicen que los artesanos sobreviven buscando siempre oportunidades de venta por lo que han tenido que adoptar modelos nuevos sin perder la esencia de su origen.

En la actualidad lo que más gusta son los cráneos, así como las calacas de la obra legada por José Guadalupe Posada”, comentó Alejandra.

Los artesanos consiguieron reproducir La Catrina como aparece en el mural de Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, pero a su vez, lograr la recreación prehispánica de los cráneos del tzompantli para mantener vivo el culto al Dios de la Muerte.