Uriel Pérez García
Una de las estrategias políticas más utilizadas para crear confusión, desconfianza y zozobra, se deriva de las palabras utilizadas por el emperador Julio César: dívide et ímpera -divide y domina-, más conocida como “divide y vencerás”. En los últimos meses, uno de los movimientos más representativos de la lucha indígena en la región Triqui de Oaxaca, sufrió una escisión de gran relevancia y que inevitablemente llevará al declive de dicho movimiento.
Esta acción de debilitamiento puede interpretarse desde dos vertientes principales, en primera, la desmedida ambición de algunos “líderes” sociales que tienden a moverse de acuerdo a sus propios intereses políticos por encima del bienestar de sus comunidades y que adquiere mayor visibilidad en un escenario político electoral.
En segundo lugar los actores políticos externos que aprovechan la coyuntura política para mermar la fuerza de aquellos movimientos que pueden resultar incómodos para mantener el control político y la gobernabilidad, de tal forma que es mejor apostar por su división y resquebrajamiento.
En este tenor el pasado 16 de junio del presente año se dio la renuncia de Rufino Merino Zaragoza, dirigente del Movimiento de Unificación y Lucha Triqui (MULT), luego de que al interior de esta organización se suscitara un “albazo” para la renovación de la dirigencia, poniéndola al servicio de intereses políticos, a través de un personaje ajeno a la región con clara tendencia a responder al mejor postor.
De esta manera se cede el control político y se tiran por la borda los intentos de pacificación de la zona, una urgente acción que ha significado un pendiente histórico y que seguirá en el tintero de la agenda política, ya que al final de cuentas el debilitamiento de esta organización que ha sido una de las principales impulsoras del acuerdo de paz, dará paso al incremento de la división entre las distintas agrupaciones que se disputarán el control de la zona, atenuándose con las dádivas gubernamentales a costa de la manipulación.
Lamentablemente los más afectados serán nuevamente las comunidades que seguirán sufriendo las consecuencias de los crecientes conflictos que en más de una decena de ocasiones han originado enfrentamientos y la desafortunada pérdida de vidas, situación que podría agravarse ante la posibilidad de nuevas fracturas entre los grupos y la intervención de partidos que se disputen el capital político en las próximas elecciones, pero sobre todo con miras a los comicios por la gubernatura en 2022.
En suma, es de gran relevancia resaltar que la lucha social en Oaxaca, se ha mantenido siempre sometida a los intereses de las dirigencias con acuerdos construidos con los gobiernos en turno, basta recordar lo sucedido en 2005 cuando esta misma organización fue la base para la constitución del Partido Unidad Popular como estrategia de división del voto para favorecer al entonces candidato del partido en el gobierno: Ulises Ruiz Ortiz.
No obstante, hay que reconocer que han sido contadas excepciones donde los liderazgos se asumen como auténticos promotores del beneficio común. En el caso de Rufino Merino no se puede decir lo menos, cuando en 2014 asumió la dirigencia luego de más de 20 años en la estructura acompañando a Heriberto Pazos Ortiz y generó los acuerdos necesarios para mantener siempre el diálogo en beneficio de las comunidades, soslayando los clásicos mecanismos de presión y chantaje.
Con los matices que se puedan profundizar al respecto, basta mencionar la iniciativa de constituir la Academia de Baloncesto Indígena, reconocida como una política pública exitosa por el Centro de Políticas de Gobierno del Instituto de Administración Pública del Estado de México (IAPEM A.C.), como un proyecto para rescatar a infantes y jóvenes del contexto social y político golpeado por la enorme desigualdad, conflictividad y la migración de la región, ofreciendo una válvula de escape a través del deporte.
Finalmente, lo que se espera es que la división e inminente declive de una organización tan importante en los últimos años como lo ha sido el MULT, no acarree un incremento en la generación de conflictos. Es imperante resarcir la denominada deuda histórica a los pueblos y comunidades indígenas, pero siempre a través de la resolución de sus problemas con propuestas surgidas desde la deliberación en sus propias asambleas como máximos mecanismos de participación y no a través de “pseudo líderes” impuestos para beneficio de unos cuantos.