Uriel Pérez García
Al momento de teclear estas líneas, los ojos del mundo están puestos en el desarrollo de los comicios en el país vecino del norte, derivado en primer lugar de la importancia en la economía mundial de dicho país, pero además de la definición que en términos políticos se juega entre una tendencia ultraconservadora por parte del actual ocupante de la Casa Blanca que ha mostrado un talante xenófobo, misógino y racista, y la posibilidad de suavizar el carácter del régimen con una opción un tanto más progresista.
A diferencia del sistema electoral de nuestro país, en Estados Unidos, las elecciones para la presidencia se realizan de manera indirecta y el peso de cada estado en términos de votos dentro de lo que se denomina Colegio Electoral, juega un papel crucial para definir al ganador de la contienda, por lo que no necesariamente triunfa quien obtiene el mayor número votos que las y los ciudadanos emiten, sino quien obtiene por lo menos 270 de los 538 electores que conforman dicho órgano colegiado.
La totalidad de dichos votos en el Colegio Electoral se conforma a partir de que, en los 50 estados que conforman la Unión Americana se establece un número de “compromisarios” o electores: 435 que se distribuyen de acuerdo a la representación de cada estado en la Cámara de Representantes (equivalente a la Cámara de Diputados en nuestro país); 100 más, equivalente al número de senadores (2 por estado); y 3 delegados correspondientes a Washington D.C.
En este contexto, en los comicios que se realizan, el martes siguiente al primer lunes de noviembre cada cuatro años, de acuerdo a la Constitución de 1787, lo que se determina es el número de electores o compromisarios que se comprometen a votar por el candidato a la presidencia de su partido por el que fueron electos, de tal forma que en la mayoría de los estados prevalece la norma winner take all, que se refiere a que el partido que resulte ganador (con mayoría simple), se lleva la totalidad de compromisarios de dicho estado al Colegio Electoral, número que va desde 3 (como Montana) hasta 55 (en California), con base al número de su población.
Sin embargo, no se debe perder de vista que como consecuencia de la pandemia, el voto anticipado por diversos medios como el postal, mostró altos niveles de participación, estimándose que casi 86 de los 250 millones de electores habilitados, han tomado su decisión a través de este mecanismo, lo que sin duda puede inclinar la balanza ya que estos votos no se precisan al término de la jornada electoral.
Dicha situación abre la ventana al discurso de fraude por parte del actual presidente en caso de que las cuentas no le favorezcan en el rumbo hacia la votación final, así como a una serie de controversias desde el ámbito jurídico con miras a desconocer los mecanismos de votación y participación en medio de una crisis de salud que ha causado estragos en todas las latitudes del hemisferio.
Desde esta perspectiva, diversas organizaciones se han mostrado dispuestas a tomar las calles para defender la esfera democrática ante lo que consideran un gobierno de tinte fascista, lo que dibuja un escenario complejo puesto que como sucedió en 2016, las preferencias electorales no siempre reflejan esta identidad de gran parte de la población estadounidense con ese espíritu de nacionalismo extremo que muestra desprecio por lo ajeno, lo que podría desembocar en una serie de protestas y una polarización social poselectoral.
Ante un sistema electoral poco representativo desde la óptica de que no refleja de manera auténtica el interés ciudadano -en las últimas décadas se ha registrado menos del 50% de participación-, es indudable que el modelo electoral de EE. UU. debe ser reformado de tal manera que garantice la voluntad popular y canalice las evidentes diferencias étnicas, culturales e ideológicas que convergen en una nación que se ha caracterizado por albergar comunidades de inmigrantes de todo el mundo -32 millones de hispanos se habilitaron para ejercer su derecho de voto-.
Solo concediendo de manera directa el poder de decisión a la ciudadanía será posible encauzar esta heterogeneidad social que en los últimos años ha desembocado en una convulsión social ante las expresiones sobre todo racistas acompañadas de abusos y asesinatos por parte de los cuerpos policiacos, lo que sin duda solo ha alimentado la división y el encono que atenta en todo momento contra los derechos humanos, todo esto antítesis de un estado que se jacta de ser democrático.