La X en la Frente: ¿PARA QUÉ SUFRIR CON LA DESGRACIA AJENA?

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Moisés MOLINA

No sé si sea mi percepción o hay cada vez más personas en la calle y cada vez menos usando cubrebocas.

Es, sin duda, una cuestión de cultura colectiva. Solo reaccionamos ante la emergencia. Y los límites de la emergencia cada vez se hacen más grandes.

En nuestra genética de comportamiento no existen los cromosomas de la planeación, de la previsión, ni de la prevención.

Preferimos lamentar que prevenir. Somos masoquistas.

Somos instintivos, somos reactivos.

No nos gusta pensar en el que pasaría si.

Preferimos asumir que no va a pasar.

Y si pasa, les va a pasar a otros, no a mí ni a los míos.

Y si por algo le pasare a alguno o algunos de los míos, es porque era la voluntad de dios, de la vida o estaba escrito en el destino.

Malentendemos la fe como una patente de corzo para delinquir cívica y moralmente.

Nuestra única protección es la fe en que a nosotros no nos va a pasar nada.

Si no nos pasó antes, ¿Por qué ahora?

El COVID ya pasó, ya se fue.

Nos volvimos inmunes.

Ya nos dio a todos y ni cuenta nos dimos.

Si no nos mató antes no nos va a matar ahora.

No hay consideración para los demás. Nos descubrimos terriblemente egoístas.

Hobbes ganó como el héroe teorizante más pandémico de todos. El hombre es el covid del hombre.

A resumidas cuentas preferimos la libertad porque solo sabemos vivirla de una sola forma: haciendo lo que nos plazca.

Y a cada vez más personas nos place andar por la calle sin cubrebocas. Ya no hablemos de las demás medidas de prevención.

Nos piden respeto para las abuelas y los abuelos que son los más propensos a infectarse.

Nos piden respeto para las y los médicos que se están muriendo y agotando física y mentalmente.

La autoridad nos dice de todas las manera posibles que nos cuidemos y cuidemos a los demás.

Nos dicen y nos grafican a diario cuántos se mueren y en dónde.

Cada vez hay menos gente que no tiene un conocido que se haya muerto de COVID.

Hemos aprendido a ser selectivos con la información que usamos para nuestras decisiones.

Y nos hemos vuelto indiferentes ante todo lo que comunica muerte, dolor y desgracia.

¿Por qué vivir desgracias ajenas?

Quizás pensemos: “Ya sufriré cuando me toque a mí”.

Solo entonces. No antes.

A ver en qué termina esto.