Quédate con el cambio

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Jorge Suárez-Vélez/Reforma 

Un clásico libro sobre la Revolución Mexicana escrito por el historiador John Womack comienza diciendo que “Éste es un libro acerca de una gente del campo que no quería irse de donde era y que, por eso mismo, hizo una revolución”. México es así. Un país en el que se cambia para quedar igual. Poco ha cambiado con este gobierno que se autoproclama de “transformación”, resuelto a luchar por los pobres, contra la desigualdad y corrupción, y a fortalecer nuestra soberanía.

Cuatro años después, hay 4 millones más de pobres, el país es más desigual. Hay más corrupción y es más descarada, baste decir que el caso de Segalmex por mucho supera el monto atribuido a la Estafa Maestra de Peña y, anecdóticamente, los pagos que se hacían para “agilizar” trámites, son hoy del doble que antes y en ascenso. El “Año de Hidalgo” arribó temprano.

Nuestra soberanía es más endeble, pues, ante la falta de inversión local, para crecer dependemos de la demanda estadounidense, y de las empresas internacionales que aquí invierten.

Además, México es hoy más inseguro, las organizaciones criminales están más presentes, retrocedió nuestro incipiente Estado de derecho, y dinamitamos las facultades de órganos autónomos que empezaban a tomar decisiones de políticas públicas a partir de criterios técnicos, para hacernos un país más competitivo y, por ende, mejor destino de inversión.

En nuestra vida política prevalecen los mismos vicios. Hay más políticos impresentables que ven en la política no el privilegio del servicio público, sino la oportunidad de empoderamiento y enriquecimiento propio. Son capaces de defender una posición hoy y la opuesta mañana, si eso les ayuda. El futuro del país es lo de menos. Hay honrosas excepciones que, por serlo, tienen doble mérito. Pero cuando se pierde todo pudor al atacar, denostar, extorsionar, amenazar y auditar a opositores, tengan o no cola que les pisen (y muchos, pero no todos, la tienen), se corre el riesgo de que la política deje de atraer a quien tiene motivación digna, ante la imposibilidad de influir para avanzar, mientas se ponen en riesgo y a sus familias. Este gobierno no es el primero que abusa del poder, pero sí es el primero en perder el pudor al hacerlo.

En México nada cambia. Somos iguales que antes, pero también somos más de lo que éramos y menos de lo que querríamos ser. Y es por ello que no entiendo por qué muchos empresarios y políticos de oposición creen que no hay posibilidad de alternancia en 2024, creyendo que este sexenio será distinto a los previos. Creen que la popularidad del Presidente prevalecerá y que su poder se mantendrá intacto. No será así. Como siempre ocurre, se irá quedando solo. Quienes lo rodean buscarán acomodo, alineándose con el próximo gobierno. Quienes no vean un camino claro, revolverán el río. Si eso ocurría en el PRI, infinitamente más disciplinado, es inocente pensar que no pasará con Morena. Un gobierno tan corrupto y arrogante enfrentará escándalos monumentales, algunos cercanos al jefe. Aun en un gobierno que se refugia en el velo de lo obscuro, que se ha esforzado por amordazar a sociedad civil y a críticos en la prensa y que le ha dado tanto espacio al Ejército para ser el epítome de la opacidad dentro de lo opaco, será imposible mantener tantos desfalcos en silencio. Las heces fecales flotan.

Este final de sexenio será como los otros, y el Presidente tampoco podrá tripular a su sucesor (o sucesora) como quienes lo precedieron. La oposición debe abrir los ojos. Necesita armar una amplia alianza opositora, y urge definir el método de selección para una candidatura única que logre tres objetivos: proveer una pasarela para conocer a los que quieren, incorporar a la opinión pública mediante encuestas creíbles y evitar métodos de selección manipulables por quienes tienen acceso a recursos públicos. Sé que los presidentes de partidos rechazan elegir con base en encuestas, pero sólo así aceptarán el resultado los perdedores. Añoremos un próximo gobierno que sí logre el cambio que soñamos.