Reforma
Se podría entender como estrategia de crisis, pero el resultado es más bien chambón.
Aunque lo quieran disimular.
Desde que a finales de septiembre se diera a conocer el hackeo masivo a servidores de correo electrónico del Ejército mexicano, así como la sustracción y puesta en público de 6TB de información en correos y archivos adjuntos, la reacción de Andrés Manuel López Obrador ha sido de minimizar el hecho, burlarse de lo sucedido, atacar a periodistas y recurrir a Chico Che para dar por terminada la discusión.
Solo que las polémicas sobre lo público no se zanjan por decreto, salvo que se impongan estados de excepción con las consecuencias en contención de libertades que estos conllevan. Así que, señor Presidente, entre ritmos y sus risas le decimos desde acá que lo del hackeo… no lo vamos a soltar.
Por muchas razones.
Especialistas en seguridad informática con los que conversé coincidieron en la preocupación sobre lo más básico: la evidente vulnerabilidad de los servidores de correo electrónico del Ejército, la (no) reacción a tiempo de los responsables y la rapidez con que actuaron las hacktivistas que se identifican como “Guacamaya” (las nombro en femenino porque se comunican desde ese pronombre).
¿Había alertas por actividad irregular en el ciberespacio? ¿Se sabía de esa puerta de entrada a los servidores de correo del Ejército? Si sí, ¿por qué no se actualizaron a tiempo los esquemas de seguridad? Si no, ¿por qué no? ¿Porque no se prestó atención, porque no hubo presupuesto para atender las alertas o porque se trató de una vulnerabilidad de día cero? ¿Por qué si, como me dijo Andrés Velázquez, especialista en ciberseguridad y delitos informáticos, desde el 5 de julio de este año otros grupos entraron a los servidores de correo del Ejército por una ventana del software que se usa, no se hizo nada? ¿O sí se hizo algo? ¿Se sabe lo que esos otros grupos descargaron y dónde está esa información? ¿Lo que se hizo no fue suficiente? ¿O no sucedió? En este país en que tenemos muchos y muy buenos expertos en ciberseguridad (aunque el Presidente diga lo contrario), ¿se les ha consultado?, ¿se les ha convocado?, ¿se les apoya con presupuesto, condiciones laborales dignas y voz en la cadena de mando? ¿Alguien asume la responsabilidad por lo sucedido? ¿O el único que figura es Chico Che, que en paz descanse y tal vez se revuelque desde el más allá?
Cuando en Chile se supo del hackeo a servidores de correo de las Fuerzas Armadas y la exposición de miles de mensajes, la ministra de Defensa, que acompañaba al presidente Boric en la Asamblea General de la ONU, regresó a Santiago, el jefe del Estado Mayor Conjunto renunció y se instruyeron investigaciones exhaustivas para deslindar responsabilidades. En México, el Presidente se rio y culpó de todo a sus adversarios.
Así las cosas.
No minimicemos lo sucedido. Y no solo porque urge identificar y conocer las fallas administrativas, operativas y de inteligencia que permitieron un hackeo de esta magnitud, sino porque la información filtrada nos pone, también, ante dilemas éticos. ¿Qué, de lo que se filtró, debe publicarse y cómo? ¿De qué manera contextualizar la información para proteger lo que toca, al tiempo de publicitar lo que importe a la cosa pública? Diario, diario, diario están saliendo notas y reportajes a partir de los correos electrónicos filtrados. ¿Cómo hacer para mantener la pertinencia de la información y evitar que el escándalo se convierta en paisaje?
Todo cambia cuando el emperador se queda desnudo. Eso ya lo sabíamos. Pero no estábamos preparados para el momento en que el Ejército se quedara en paños menores ante la mirada atónita de quienes apenas lo conocemos.
Y, para cerrar, solo falta que al Legislativo se le ocurran nuevas leyes en ciberseguridad con el fin de imponer mordazas a quienes publiquen o difundan, como me decía Leo García, experto en seguridad informática y redes sociales: que al que mire al Ejército desnudo se le cubra la boca para no narrarlo.
En fin.
La información seguirá fluyendo, las historias se seguirán contando y el Presidente seguirá refugiándose en su risa y ¿en Chico Che?
Mientras, a otros (nos) tocará seguir exigiendo que todo esto no se normalice ni minimice.
Gracias, Andrés Velázquez, Leo García y Carlos Piña, por las conversaciones.