Alfredo Martínez de Aguilar
La terca realidad que finalmente termina por imponerse confirma, una vez más, que en Oaxaca la única industria más prospera desde hace medio siglo es la industria de la presión y del chantaje.
La confirmación se desprende de las declaraciones del secretario general de Gobierno, Francisco García López, al informar que dieron 400 millones de pesos a proyectos de organizaciones sociales.
Esta revelación se suma a una anterior del propio responsable de la política interior, en el sentido que en total se han otorgado a las diversas organizaciones sociales 26 mil millones de pesos.
En tales condiciones, obligado es preguntar dónde están construidas las obras de beneficio social gestionadas por organizaciones sociales, a quienes se otorgaron los 400 millones de pesos.
Salvo honrosas excepciones son contadas las obras sociales, particularmente de introducción de servicios de agua, drenaje, electrificación y pavimentación que realmente han sido construidas.
¿Cuántas aulas escolares, casas de salud y kilómetros de caminos y carreteras pudieron construirse en las diversas regiones del estado con esas carretadas de dinero del pueblo?
Los numerosos grupos de presión política y chantaje económico han proliferado de manera exagerada, a partir de la década de los 70, durante el gobierno populista de Luis Echeverría.
A partir de entonces, se han convertido en la peor maldición que flagela a Oaxaca y que representa el principal obstáculo para que los oaxaqueños salgan del rezago y la marginación.
Los grupos de presión y chantaje destruyeron las unidades productivas agropecuarias en las regiones de los Valles Centrales, la Cuenca del Papaloapan, el Istmo de Tehuantepec y la Costa.
Siguen destruyendo las escasas empresas con que cuenta el estado de Oaxaca, provocando su cierre o su quiebra, a través de desmedidas demandas sindicales, y ahuyentan las inversiones.
De tal manera que, aunque las vocaciones altamente productivas en las diversas regiones del estado cuentan con un gran potencial por sus vastos recursos naturales, no detonan el desarrollo.
Lo peor de todo es que el escenario del panorama que se vislumbra a corto y mediano plazo sigue siendo sombrío por falta de voluntad política de los gobernantes en turno para resolverlo.
Al igual que en todos los problemas, la anarquía en Oaxaca, también tiene solución, y esta radica simple y sencillamente en la decisión de las autoridades de respetar y hacer respetar la ley.
Se requiere mano firme, no mano dura, mucho menos represión gubernamental, para imponer el orden con el apoyo de la fuerza legítima del Estado, a fin de dialogar y arribar a positivos acuerdos.
Es de lamentar que hasta ahora el permanente diálogo impulsado por el Gobierno de Oaxaca ha sido malentendido por los dirigentes de las diferentes organizaciones sociales en el estado.
Dichos dirigentes han confundido libertad con libertinaje y tolerancia con debilidad, actitud que debe ser cambiada de manera conjunta por las autoridades de los tres órdenes de gobierno.
Desafortunadamente, hasta ahora lo deseable en el mundo del deber ser no ha sido posible concretarlo en realidad en el mundo del ser. Demandamos que prevalezca el imperio de la Ley.
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