Cuando hace 35 años —el 27 de enero de 1979— el recién elevado Juan Pablo II, el antiguo cardenal polaco Karol Wojtyla, llegó a México para una visita de tres días, estableció una relación que ni su muerte ha logrado romper.
La visita fue la primera de cinco a nuestro país y también la primera de más de 140 giras que haría por el mundo para merecer el título de “Papa Viajero”.
Pero más allá de sus trabajos pastorales o su posicionamiento político, fue esa visita la que estableció el punto de referencia para Juan Pablo II, su extraordinaria vitalidad y un igualmente formidable carisma.
Fue una gira “en olor de multitud” y llena de momentos icónicos: cuando al bajar del avión besó suelo mexicano o cuando habló en español, se declaró guadalupano y proclamó “México, siempre fiel”, o cuando se puso un sombrero de charro.