Como una de las madamas más poderosas en la calle Sullivan, Alejandra Gil, detenida el pasado martes por la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal por el delito de trata de personas, llegó a controlar algunas de las esquinas más “productivas” de la avenida y tuvo a decenas de mujeres trabajando en condiciones de esclavitud bajo la fachada de una organización civil fantasma dedicada “a promover los derechos de sexoservidoras”, pero que en realidad servía solo de cubierta para la explotación sexual.
De acuerdo con una investigación de la Comisión Unidos contra la Trata (CUT) a la que MILENIO tuvo acceso, el imperio callejero de Gil en Sullivan se consolidó con base en una serie de negociaciones con otras organizaciones criminales con las que acordó repartirse la calle más tristemente célebre de la Ciudad de México.
La investigación dio pie a la creación del primer mapa de la trata de personas en Sullivan, un esfuerzo con el que se busca identificar a las organizaciones que controlan los distintos puntos de una calle donde a diario más de 150 mujeres son ofertadas como objetos.
En buena medida los datos contenidos en el mapa provienen de la propia Gil y sus lugartenientes. “Ella nos contó todo hace unos meses, porque quería aplastar a los demás padrotes y madamas revelando cómo operaban en la calle”, dice la presidenta de la Comisión Unidos contra la Trata, Rosi Orozco. “Lo que hizo fue traicionar al resto de sus competidores pensando que se desharía de ellos”.
La idea, resume Orozco, era dar las llaves de Sullivan a las autoridades pensando en que quizá limpiarían el campo; al final, Gil terminó tejiendo su propia caída.
La información proporcionada por Gil, que después fue entregada a la PGJDF, fue corroborada por observadores encubiertos a lo largo de varios meses de vigilancia y mediante entrevistas con víctimas rescatadas de la zona, mujeres que por años permanecieron esclavizadas y que tras ser liberadas dieron detalles inéditos sobre la estructura de cada una de las agrupaciones que lucran con el sexo en esta calle.
De esas tres vías de información se desprende lo más cercano que hay a un mapa de la vida nocturna de Sullivan, donde 11 organizaciones se han dividido impunemente la calle.
Pero tras la caída de Gil, resurge un antecedente que abre una advertencia. En un caso similar, el líder de otra organización de trata basada en la avenida que fue detenido logró mantener control sobre su feudo aún desde la cárcel.
Las chicas que trabajan Sullivan nunca cruzarán las fronteras invisibles que sus amos les han trazado. Mientras caminan durante la madrugada a la espera de clientes, se detendrán en Río Yang-Tse y a la vista de Río Usuri, en cuyos confines queda claro que es peligroso hacer la travesía a Río Amoy, donde ya se asoman el puesto de jugos y la torre de Telmex. Las que están en la margen sur de la calle tampoco irán al lado norte. Ni por asomo pueden visitar la acera del restaurante chino.
Cruzar una de esas líneas es arriesgarse a desatar la ira de un proxeneta, que aquí también juega el papel de guarda fronterizo.
Esa es la política migratoria de Sullivan desde las 10 de la noche hasta las 5 de la mañana. Su cartografía nocturna.
De Melchor Ocampo a Serapio Rendón hay mil 300 metros lineales que, pese a estar en la vía pública tienen propietario, si no en el sentido formal, sí en el fáctico. Porque geográficamente Sullivan ha sido seccionada. Repartida. Asignada en una y varias negociacionessubterráneas a lo largo de los últimos años entre padrotes y madamas que han trazado esferas de influencia, repartiéndose diferentes “zonas productivas” de la avenida, según revela la investigación de la CUT.
Los más grandes imperios callejeros de Sullivan operan hacia el este de la calle.
En la esquina con Melchor Ocampo, en la margen sur, se encuentra el territorio de la “Asociación en Apoyo Pro Servidores” (Aproase), agrupación fachada liderada por Alejandra Gil, la principal madama de la zona, quien hasta antes de su detención tenía bajo su mando a entre 30 y 40 mujeres. Todas las noches supervisaba el negocio desde una camioneta Suburban, estacionada a contraesquina de un banco.
Bajo su control exclusivo estaban las esquinas de las calles Río Yang- Tse y Río Usuri. En total, se trataba de 200 metros en su poder. Las ganancias por noche podían alcanzar, según algunos cálculos, hasta 500 mil pesos (a mil 500 pesos por mujer y relación sexual. A veces se llegaba a contabilizar 5 clientes por noche).
El control de Gil sobre la calle comenzaba a diluirse hacia la frontera con Río Amur, donde opera Brenda, una mujer de 40 años que es la más reciente llegada al submundo de Sullivan y quien ha tenido un ascenso meteórico. A última cuenta, ya tenía 20 chicas a su servicio. El auto desde el que coordina los cobros y rentas es un Topaz blanco, conducido por un hombre.
En la margen norte, justo enfrente, se encuentra el territorio de Tania, una madama con control de ocho mujeres. Su puesto de mando móvil es un Grand Marquis con vidrios polarizados y placas del Estado de México, frente al cual, a unos pasos, yace el feudo de Eduardo Mercado, hijo de un ex luchador y cuyo grupo oscila entre 10 y 20 mujeres. Su base: una Hummer naranja.
Pero esos reinos menores son simples colchones entre las verdaderas potencias de Sullivan. Básicamente espacios de amortiguamiento entre las organizaciones de Alejandra Gil y la más poderosa, la de Reynaldo Esquivel, El Konkistador.
Según la investigación de la CUT y archivos federales que pudo consultar MILENIO, Esquivel controla la joya de la corona de la calle, su esquina más comercializable y en la que se aglutina el mayor tráfico vehicular: se trata del cruce con Manuel María Contreras, “adquirido” tras el asesinato de doña Soledad, una madama local, en 2007. Ahí trabajan de 50 a 60 mujeres todas las noches. La ganancia estimada ronda los 700 mil pesos en un día ajetreado.
Aunque Esquivel está detenido en una prisión de máxima seguridad desde 2012 —se le acusa del homicidio e incineración de una mujer a la que explotaba sexualmente— las autoridades federales sospechan que aún mantiene un control indirecto en la zona, en la que logró establecer “redes de abastecimiento” por medio de una rotación permanente de mujeres en condición de prostitución desde La Merced y con la asistencia de organizaciones criminales asentadas en Tenancingo, Tlaxcala. Entre algunos de sus “proveedores”, la Policía Federal ha detectado a los clanes de los Guzmán Flores y los Flores Torres, dos de las principales y más violentas familias de padrotes tlaxcaltecas.
Como en muchas otras ocasiones y con otros criminales, el encarcelamiento no conllevó a la derrota total de El Konkistador. De acuerdo con investigaciones de inteligencia de la PGR, tras su detención, Esquivel asignó la responsabilidad de controlar la esquina a Tanya Rojas, su esposa, quien ahora ejerce el mando en su parte de Sullivan con puño de hierro.
Su puesto de dirección y administración consiste de un Golf naranja y una camioneta Cherokee roja, ambas conducidas por dos choferes/guardaespaldas.
“Son lo más duro de lo duro”, confió un agente federal consultado. “Son de la misma escuela que los señores de Tenancingo: dinero y mujeres, sin que importe nada más”.
El mapa trazado por Gil y sus víctimas da más detalles de la vida sullivanesca y aunque escueto en apellidos —en el mundo de Sullivan son pocos los que se identifican por nombre completo—, es abundante en otros datos.
Por ejemplo, reconstruye lo que puede definirse una serie de feudos en ascenso, pero siempre en riesgo de ser absorbidos por los gigantes.
Uno de estos opera al oeste, en la acera frente a las calles Gabino Barreda, Altamirano y Rosas Moreno. Es ahí donde se encuentra el territorio de Rosa, La Negra, cuyo cuerpo de servicio está integrado por seis chicas. Comparte espacio con los dominios de Margarita, con 15 mujeres a sus órdenes. Esta última madrota gusta de vigilar su “propiedad” desde una Suburban gris y un Spirit rojo.
En dirección a Reforma, la caseta de un módulo de participación ciudadana representa el inicio de las antípodas de la zona de prostitución de Sullivan, un espacio de organizaciones aún más débiles, pasajeras e inestables y donde las sexoservidoras son mayores de 30 años y, por ende, de menor demanda entre los clientes.
Es ahí en donde operan —al menos por ahora— cuatrominimadamas, como Lorena, a quien se le ha llegado a vincular con seis mujeres; Rosa, quien coordina trabajos de cuatro a seis chicas desde un taxi, a las que también transporta a distintos puntos de la Ciudad de México; América, una mujer ciega que trabaja con cinco prostitutas a manera de asociación y Esther, con tres mujeres asociadas.
Dentro de los arreglos que han sido detectados por la CUT en la vida cotidiana de Sullivan, también se encuentra una especie de repartición de los hoteles y moteles que rodean la calle. Las organizaciones que operan en la zona han llegado a un acuerdo tácito: ninguna sexoservidora de una agrupación rival puede llevar a clientes al mismo lugar.
Para la organización de Esquivel, se ha reservado el hotel Alfa, en la calle Díaz Covarrubias 92. En cuanto a Alejandra Gil, son preferidas las instalaciones del hotel El Marín, mientras que a los pequeños feudos de Lorena, Rosa, América y Esther se les permite explotar el hotel Rosas Moreno, frente al teatro Aldama.
Hacer lo contrario —invadir el terreno ajeno y romper las reglas no escritas— es invitar a represalias o a que el rival traicione los secretos del funcionamiento de una calle que en lo nominal intenta funcionar en las sombras.