Ninón Sevilla, el más profundo placer del cine mexicano (1929-2015)

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Ninón Sevilla movía las caderas como nadie. Sus rumberas, sus chicas sanas caídas en desgracia por poderes corruptores de la hipocresía más sectaria, arrojadas al pecado de la rumba y el baile exótico marcaron una época y una imagen en el cine mexicano.

Hoy Emelia Pérez Castellanos (nombre real de la actriz y cantante) ha muerto a los 85 años, pero Ninón , Ninón no morirá nunca. Llegada a la ciudad de México, procedente de su natal Habana, Cuba, a mediados de la década de los cuarentas, la actriz y bailarina tomó su nombre artístico de una famosa cortesana francesa justo después de que abandonó la idea de meterse de monja a un convento.

Casi de inmediato llegó al cine que entonces necesitaba ya de una encarnación de la belleza y clara y maldita rebeldía. Revancha, Sensualidad, Mujeres Sacrificadas y Aventura en Río, fueron las cintas que Ninón filmó a las órdenes de Alberto Gout, en todas interpretando a rumberas fatales que eran capaces de conducir a la más abyecta perdición al más ecuánime y recto de los hombres, como el Fernando Soler de Sensualidad (1950), magistrado con sonrisa de piedra, duro para llevar a cabo su trabajo, pero que recibe traición de una Ninón que lo engatuza y destruye en venganza por haberla mandado a chirona por una niñería.

Pero es Aventurera (1949) la obra maestra del tándem Gout- Sevilla, considerada como una de las cinco mejores películas en la historia del cine mexicano. En ella la cubana interpreta a Elena Tejeda chica en desgracia que cae en un lupanar de Ciudad Juárez bajo los engaños del proxeneta Lucio, el guapo (Tito Junco) terminando con sus candentes pasos de rumba en las entrañas de un cabaret comandado por la cruel Doña Rosaura (Andrea Palma) de la cual logra escapar solo para reencontrársela más tarde como respetable señora de las más alta sociedad de Guadalajara y madre del hombre del que se ha enamorado (Rubén Rojo).

Si la historia suena a una bomba el resultado lo es más. Gout y Sevilla lograron poner en marcha una trama de víctimas y victimarios en la que la línea entre los dos tiende a atenuarse y desaparecer, pues Ninón no era víctima propicia de nadie.

Si las cosas se ponían difíciles ella también se ponía difícil, si la cacheteaban, cacheteaba, si la buscaban, la encontraban. Si una maquinaria de intereses salidos del doble discurso moralino y farsante más recalcitrante, ella era capaz de darles la vuelta haciendo santa de un matón mudo, brutal y “sentimentaolide” llamado Rengo (un colosal Miguel Inclán).

A eso había que sumarle los apoteósicos, surrealistas y delirantes números dancísticos que la bailarina ponía en marcha una vez que se abrían los entretelones del cabaret en el que trabajaba, libres de cálculos geométricos o leyes de decencia de la vela perpetua.

Alucinantes en su placer desatado en las piernas de coristas y bailarines tropicales de pechos desnudos. Subversivos en las tramas que proponían en las cuales Sevilla era una especie de Salomé de las mil una noches chilangas, energizada en su propio fuego contra los desafíos del dogma empecinado.

Vale recordar otra de sus grandes películas, Victimas del pecado (1950), única incursión del dueto creativo Emilio el Indio Fernandez-Gabriel Figueroa en el cine de rumberas, con una Ciudad de México fotografiada en un esplendor triste de locomotoras tundiendo desgracias con su humo negro sobre el puente, o con una Ninón que rescata al bebé de una colega rumbera de la basura y al que tiene que volver a rescatar años más tarde de las garras de unos secuestradores, rompiendo el vidrio de una ventana con pistola en mano, mientras se encarama como un diosa en el dintel y hace fuego sobre el pecho del sorprendido villanazo Rodolfo Acosta, que pasa a mejor con cara de que lo ha madrugado el mismísimo demonio.

Una vez que el cine rumberas llegó a su fin, y los críticos y cineastas de la nueva Ola Francesa, como Francois Truffaut o Claude Chabrol nombraron a las cintas cabareteras de Ninón, lo más delirante que habían visto nunca, la actriz tuvo años complicados y se retiró del cine, Reciclándose décadas más tarde como actriz secundaria de novelas populacheras de Televisa tipo Rosa Salvaje o María la del Barrio, pero Ninón nunca dejo de ser Ninón, aun con los años, aun con la vejez.

Cuentan que Ninón Sevilla, a pesar de su prolongada existencia, nunca hablo de la muerte. No tenía porque, en Ninón todo es vida, todo en ella recuerda y seguirá recordando al más profundo placer.