San Vincent (EUA,2014) es la historia de un santo que fuma, bebe, fornica y apuesta a los caballos. De un santo cruel que no duda en derribar a los demás con palabras hirientes y observaciones precisas en las venas abiertas.
Ese santo lo interpreta Bill Murray, quien vuelve a aplicar su estilo Satori Time de Perdidos en Tokio para transmitir una complejidad máxima a partir de elementos mínimos. La historia del guionista y director Theodore Melfi bordea los lugares comunes del tipo redención del hombre cascarrabias, pero la sinceridad de los personajes logra sacar adelante el entramado.
Murray encabeza el número con su Vincent lleno de contradicciones, capaz de amar a su esposa hasta el punto del sacrificio, capaz de patear a un perro por el solo placer de hacerlo. Naomi Watts, divertidísima como una prostituta de impenetrable acento ruso llamada Danka, embarazada y que mira con preocupación cómo sus bonos en el trabajo empiezan a bajar gracias a su nuevo estado. Melissa McCarthy, todavía demasiado acomodada en su comicidad neurótizada de costumbre, pero que logra aterrizar buenos momentos con su madre soltera, abrumada por las deudas y por un exmarido que le puso el cuerno hasta con la peluquera, y Jaeden Lieberher, el niño actor impresionante en su rol de enano confidente de Vincent, con el que se va a jugar apuestas y de quien recibe consejos para romperle la nariz a un abuson con un golpe de karate.
San Vincent es el retrato de personajes intentando encontrar un lugar en un mundo que tiene el cupo lleno, y eso contado con el toque preciso y claro propulsa a la cinta por encima de sus propias posibilidades.
Su historia vista otras catorce veces, no se enrosca en su falta de originalidad sino que la trasciende, haciendo que nos interesemos por las vidas de personas que no quieren estar solas y que se la pasan dando tumbos por no estarlo.
Cine de personajes en Hollywood en tiempo es los que sinónimo de construir un personaje