Más allá de la víscera de no ganar una súper bolsa de veinte mil pesos del premio de periodismo cultural Andrés Henestrosa, las palabras del único jurado presente durante la ceremonia de premiación, el poeta Jorge Magariño, fue lo que definió el sentimiento.
“Desafortunadamente es poco el movimiento en torno al periodismo cultural en nuestro estado. Por qué hay que decirlo, hasta hace poco eran dos o tres los que participaban en esta fuente”.
Lo que vino después de eso en la sala de presidentes del Congreso del Estado entre seis de los reporteros que habíamos metido nuestros escritos y esperábamos a escuchar el nombre de uno de nosotros (de quien no mencionare sus nombres porque no se me da la gana) fue la decepción total.
Ya que no solo ganó un medio nacional en la figura de la juchiteca Diana Manzo (por su crónica sobre unos zapotecos, que resucitaron de chavos de la calle a grafiteros artista que hacen murales sobre ancianitas) sino además les dijeron a personas que llevan de catorce a siete años enfrentando un periodismo cultural local, desarrollándolo en medios que nos los miran, porque piensan que la cultura no se come, y los arrinconan en condiciones de trabajo de las que solo los rescata su entusiasmo) que ellos (“porque hay que decirlo”) hasta hace poco tiempo simplemente no existían.
Después, cuando termino el desaguisado, solo vino la tristeza, el shock de saber no solo del menosprecio hacia nuestro trabajo, sino de la franca indiferencia, el encabronamiento por la aclaratoria de un Magariño por el que al final los propios diputados presentes pidieron el mayor de los reconocimientos, la frustración de algo que de berrinche escalaba a explicación del estado general de las cosas.
Además del absurdo de que un jurado de un premio descalifique de antemano al gremio que se supone está evaluando (cuestión que por sí sola seria causal para pedir la inhabilitación del mismo premio) está la ligereza con la que el diputado encargado de la comisión de cultura del congreso, Rafael Arellanes, enfrentó esta convocatoria con afanes tramitológicos, con una convocatoria plagada de errores e incoherencias como que el género requerido era reportaje de investigación (cuestión de la que yo en lo personal confieso estuve consciente desde el principio, pero que deje pasar porque necesitaba el varo.)
Al día siguiente vinieron grandes planes para dejar claro que no nos íbamos a dejar ningunear, una plática con un reportero de un medio de circulación nacional donde nos desahogamos y yo en lo personal termine pidiendo la revocación del resultado del premio.
“No creo que lo saque, tiene cosas más importantes. Lo nuestro es una tontería “me comentó un compañero más tarde mientras yo evaluaba sesudamente esa palabra.
¿Tontería? Pero si es la chamba, es a la misma chamba a la que el ignorante de Magariño le había negado la palabra chamba, y en la que los otros dos jurados del certamen, Alonso Aguilar Orihuela y Jorge Bueno (de quien se comentó que no llegó al dictamen porque “ya es un señor muy grande y no le gusta mucho salir de su casa”) ni siquiera se aparecieron para aclarar si estaban o no de acuerdo con lo expresado por su colega.
Hoy mi “berrinche” ha terminado, y lo que sigue es la realidad. Los que nos dedicamos al periodismo cultural en Oaxaca si existimos, existiremos y existieron, desde mucho antes y mucho después que la claridad del juchiteco Jorge Magariño nos alcance.
Magariño, un esforzado obtuso al que invitaron como jurado en calidad de bomberazo para cubrir una convocatoria hecha al vapor con la única intención de cubrir un requisito para un festival cultural que solo les importa a los diputados que les urge salir en la foto.
Sobre los otros dos jurados, Aguilar Orihuela y el señor Bueno (que igual es más joven de lo que cuentan) no hay nada que decir pues nunca dieron la cara.
Con una bolsa mínima de veinte mil pesos, que tal vez sea una de las más raquíticas y pobretonas de cualquier concurso celebrado sobre cualquier cosa en este país (aunque eso no fue impedimento para que los concursamos ya hubiéramos calculado pagar nuestras rentas con ella).
El periodismo cultural oaxaqueño seguirá adelante con premio o sin premio, con varo o sin varo. Retratando y cuestionando a secretarías e instituciones culturales desgañitadas en una ruina económica y de perspectivas, y teorizando sobre la vida y obra de artistas con el arte y discurso suficientes como para salir a gritarlo todo y no callarse nada.
Al final los reporteros de la fuente cultural no fuimos las víctimas, ni los burlados ni los expuestos, lo que se expuso de perfil y de cabo a rabo fue la indolencia e ineptitud del pobre andamiaje legislativo que cubren las jefaturas de sus comisiones en el entuerto y el arreglo, donde lo que menos importa es si sus ocupantes con la encomienda de organizar un certamen de periodismo saben distinguir la diferencia entre una nota y un reportaje.
Si la cultura es eso que les cuentan, o es eso que ellos quieren contar (y explotar) Al final los periodista culturales de Oaxaca verdaderamente no necesitamos ser reconocidos por una parvada de gente en eterna competencia por ver quien le palmea mejor la espalda al de al lado.
Si de algo pecamos las y los que estuvimos el pasado miércoles presentes para que Jorge Magariño nos dijera que hasta hace poco no existíamos, fue de ingenuos, de ingenuidad al darle a semejante ignorante la oportunidad de arrojarnos su propia mierda.
Desde aquí una felicitación a Diana Manzo por su premio.