Cuenta Alejandro Páez Varela que sus tres novelas sobre morir, amar y vivir en Ciudad Juárez las pensó como una trilogía del desencanto, petición que sus editores dejaron en sugerencia pero que le permitió pensar en una misma atmósfera.
Independientes entre sí, Páez le da a Juárez en Corazón de Kaláshnikov, Música para perros y El reino de las moscas (a mi juicio la más vibrante de las tres), el estatus de macrocosmos del destino impune e inmune que William Faulker le otorgara a su ficticia Yoknapatawpha.
Pero Juárez no es producto de la imaginación, existe, hiere, confronta.
La podredumbre transexenal de ese prostíbulo en el infierno llamado Paraguay, los viajes del Sheik al otro lado para vender buena coca que ha de esconderse entre los huevos para no ser descubierto por polis gringos que solo quieren su cajita feliz, el regreso sin gloria de Amado al que un día le desgarraron la espalda y ahora le desgarran el corazón, el proyectil que una vendedora de medias encuentra en sus pestañas solo por meterse a redentora, el romanticismo de Flor en una rutera que no entiende de buenos boleros , la flauta de un niño mudo que donde pone el ojo pone la bala y que defiende lo suyo porque suyo es, la lección de humildad que Liborio Labrada le receta a un chavo en huesos que solo quería enamorarse , los charcos de mierda de la tétrica Zaragoza en las que ni los migrantes aspiran a quedarse , las nietas del Comandante Refugio que con sus juegos inocentes convocan a las fauces más voraces, la dignidad que Juanita Quintero mantiene intacta en la antesala de su muerte, consciente de que eso es lo único que le va a importar ahora que ya no va a volver.
Páez Varela le da en sus libros, esencia a un rifle de asalto, tonadas a perros vagabundos que no pueden bailar, puertos a parvadas de moscas que nacen de los despojos. Con ecos rulfianos en donde los muertos hablan y se buscan para no encontrarse, donde los fantasmas advierten que los pecados tarde que temprano regresan por uno.
La trilogía transgeneracional del desencanto de Varela es el recuento del infortunio, de una ciudad, de un país, de unas montañas que se desparraman en sus inhóspitos inicios, de enamorarse y querer en un pantano, de sacar agua de un desierto y ahogarse en el intento.
Para ejemplo, uno de los capítulos finales de la tercera entrega donde un hombre desesperado destruye la residencia familiar hasta sus cimientos en busca de una fortuna familiar perdida por la desventura de un tren que nunca llegó a su destino, escarbando con los dedos, amarrado por ser un peligro.
Si creen que les estoy contando el final de estas historias. No, este es tan solo el principio.