Ex Machina (2015) es la opera prima del novelista y guionista Alex Garland (La playa, 28 Días Después), un juego claustrofóbico de cuatro personajes que, gira en torno a influencias kubrickianas del tipo robótico paradójico donde la tecnología es la punta de lanza de la destrucción, o sobre el cuestionamiento de la verdad humana y sus diferentes capas y estancias.
Oscar Isaac, actor guatemalteco al que cada vez le dan mejores trabajos (El año más violento, la nueva de Stars Wars) interpreta a una especie de Steve Jobs perdido en un bunker el Amazonas, que recluta a un solitario nerd adicto al porno (Domhnall Gleeson), para que evalué las capacidades y alcances de su nueva creación (Alicia Vikander) una robot indómita y cuestionadora que parece decidida a que nadie le apague el transistor.
Lo que Garland establece es un sutil estudio de personajes, como si Ingmar Bergman se hubiera decidido a hacer su propia versión de 2001, Odisea del Espacio (con todas las distancias guardadas de semejante comparación).
El cineasta pone en escena un recuento del tráfico de las voluntades, con personajes diciendo verdades a medias y completándolas después.
Una hogueras de las vanidades, en las que la evaluada tal vez sea la evaluadora, el evaluador tal vez solo sea un pretexto , y los hilos de quien supone que lo está manejando todo probablemente estén amarrados a la tapa de una granada.
El ritual de seducción que una Vikander, con un look alucinante de cuerpo transparente y metálico (como si a Robocop le hubieran maquilado a una novia) practica con Gleeson es extraordinario, lúdico y extraño.
Garland nos propone a una protagonista femenina y feminista que no sabe que es alguna de las dos cosas, pero que lo va descubriendo. En contraste los dos personajes masculinos lucen demasiado seguros e inciertos en su construcción, como si fueran tan solo un pretexto para el discurso.
Aunque la cinta no se llega a lograr del todo, se le agradece a Garland sus ganas de proponer, su mezcla y cruce de géneros y su visión de la ciencia ficción como un pretexto para hablar de la verdad.
Verdad que admite que una mujer y un hombre lanzándose preguntas en un cuarto pueden ser sinónimo de auténticos efectos especiales.